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Anteayer, en un congreso de socios de Trump, Steve Bannon, exasesor del presidente de EE. UU., hizo el saludo nazi. Los muertos del desembarco de Normandía se retorcieron en sus tumbas, pero allí había conocidos patriotas a quienes la cosa les hizo gracia. A mí, ninguna. Muchos analistas están buscando paralelismos históricos a lo que atravesamos: que si el pacto Ribbentrop-Mólotov, por el que Alemania y Rusia se repartieron Polonia como ahora parece que puede ocurrirle a Ucrania; que si una nueva Guerra Fría, pero contra China; incluso, que si el Maine, ese barco cuyo hundimiento se atribuyó con noticias falsas a España para arrebatarle Cuba y Filipinas... Pero lo cierto es que, como decía Voltarie, la historia no se repite, nos repetimos los hombres, y esto, más que una paramnesia (sensación de haber vivido algo antes), se trata de una distopía (representación del porvenir contraria a la utopía).
Me dirijo a todos aquellos que, con nostalgia del cine clásico, están rememorando acontecimientos que precedieron a la II Guerra Mundial, para decirles que lo que ahora le sucede al mundo no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Por desgracia, no es tan sencillo como fijarse en los errores de atrás y evitar reproducirlos, estamos ante un nuevo escenario en el que la crisis de la democracia representativa provocada por la inmediatez de las redes sociales, la necesidad de garantizarse el suministro de energía y nuevos materiales, la crisis climática, la carrera a Marte o la competición por gobernar la inteligencia artificial van a llevarnos a situaciones completamente imprevistas por la ciencia ficción. Yo, que nací en 1964, que vi a Armstrong caminar por la Luna, disolverse el franquismo, nacer a la democracia y a mi país entrando en el Mercado Común, estaba convencido de que, al morirme, seguiría en vigor la Constitución de 1978, seguiría existiendo la Unión Europea y no habría conocido la guerra ni el hambre, pero ya no lo estoy. Tal vez, la peste global de 2020 fuera un primer aviso de la historia de que los jinetes del Apocalipsis no descansan, por más que cada uno de nosotros crea tener su pensión y sus cien años de vida saludable garantizados.
Creedme, en Ucrania nos jugamos el futuro de todo aquello que nos hace libres, dignos e iguales. Putin entenderá su victoria como un signo de debilidad europea y, a continuación, tentará la fortaleza de Finlandia, por ejemplo. No podemos ceder, por lejos que esté, Ucrania es España. Por eso, me produce tanta aversión Bannon saludando como los nazis en Washington, por el futuro, no por el pasado.
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