Entre el folio en blanco y el columnista se interpone la actualidad, demasiada actualidad. Él quisiera escribir su pieza semanal sobre luces navideñas que se encienden en noviembre por razones comerciales y que eso no es Navidad, o que no lo era; sobre la paulatina ... sustitución de zapatos por zapatillas de deporte en la etiqueta laboral y de Dios por inteligencia artificial, que pronto no sabremos cuál de los dos nos creó; sobre los estratos con que se forma la memoria individual y cómo, a veces, al excavar en busca de viejos recuerdos surgen géiseres de pasión embolsada muy abajo, a gran profundidad; sobre el pan nuestro de cada día..., pero no puede, la actualidad le impide fijarse en el limo del vivir. Los sucesos de la política española le producen tal irritación que resulta frívolo tratar cualquier otro asunto que no sea la desgracia en que nos encontramos, gobernados por la risa loca de un Joker, burlados por delincuentes que redactan su propia amnistía, escandalizados por la compraventa de magistraturas con millones del tesoro público.
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Hay tardes en que consulta compulsivamente la relación de últimas noticias en busca de algo más que pueda haber ocurrido, no imagina el qué, pero algo más. Ya no le basta con que el Gobierno acose a la judicatura, con que el control que corresponde al Parlamento se ejerza en la sede de una compañía de mediación en Suiza (por cierto, cuánto vale eso y quién lo paga), con que el presidente viaje a Israel para ofender en su propia casa a los judíos cuando podía agraviarlos igual sin salir de la Moncloa..., porque la distopía en que vive España siempre parece dispuesta a ofrecer una anormalidad adicional. Ahora, nuestro país se parece a la Roma de Calígula, demasiado fuerte para romperse, demasiado corrupta para resistir. Él querría ofrecer a sus lectores un artículo intimista, melancólico, mordaz, incluso picante, según es su estilo, pero con tanta realidad sobre la mesa, ¿quién está para distracciones? El estupor se ha convertido en la nueva adicción de los españoles.
Luis Mateo Díez, premio Cervantes de este año, dice sentirse asediado por la actualidad y reclama espacio para la fantasía, reducida, ya casi exclusivamente, a las series de televisión. Y Yuval Noah Harari, autor de 'Sapiens', recomienda ayunos informativos de varios días a políticos y empresarios. O sea, móviles, tabletas y ordenadores apagados. Y respirar, oír, ver. El columnista quisiera escribir sobre sexo y sonreír, pero le da vergüenza no hacerlo de política. La actualidad atosigante es otra forma de censura, digo, de sanchismo.
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