Borrar
Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia
Opinión

La riada de nuestras vidas

La pica ·

Domingo, 17 de noviembre 2024, 00:37

Mi padre ha hecho el esfuerzo de buscar para el chat familiar una foto suya de la riada del 57. En la imagen, ya color sepia, se le ve sonreír, estudiante enclenque con americana, corbata y boina, apoyado en una pala de quitar barro. A su lado, Ambrosio, dos vecinos y un soldado ríen también con un pie sobre la punta de sus palas clavadas en el fango. Si no fuera por su negror, parecería que ese fango es de nieve. No digo que estén felices, pero sí pagados, se saben parte de un pueblo que salva al pueblo y se alegran por ello. «Los voluntarios no se inventaron ayer», escribe al pie de la foto. Lo mismo mi madre, que cuenta cómo entonces, con el resto de las estudiantes de enfermería, estuvo haciendo curas y preparando comidas en El Cabanyal. Y cómo no se pudo quitar en todo el curso una mancha del barro que le saltó al uniforme blanco, por más jabón Lagarto que restregó. ¿Cuán mortal no sería aquel barro? Llevó esa mancha con la honra de una medalla del pueblo salvado por el pueblo.

En el 82, yo me subí a una camioneta de la Diputación y estuve limpiando alguna de las calles por las que pasó, como una maldición de agua salvaje, la tempestad descargada por la presa de Tous. Y aún me quedé un tiempo ayudando a los vecinos a evaluar sus daños por si venían indemnizaciones. Ay, las indemnizaciones de Tous… Durante años conservé el par de botas checoslovacas que nos repartieron, que vendrían del comunismo, pero no las he tenido mejores, y sólo con ellas me sentí retribuido porque la satisfacción de ser parte del pueblo que salva al pueblo colmaba mi corazón. Ahora son mis hijos los que cruzan el Puente de la Solidaridad para liberar domicilios, poner sus manos a trabajar con otras manos desconocidas y reponer en la vida a personas a las que tampoco conocen, pero que son parte del pueblo al que salva el pueblo.

Emociona saber que todas las generaciones de valencianos somos el mismo pueblo que salva al pueblo, aunque causa desazón que eso siga siendo necesario en el siglo XXI porque nos morimos ahogados tal que en el XIX. Por eso la política, sin distinción de partidos ni legislaturas, debe pedir perdón, alto y claro. Porque no encauzó ríos secos, construyó donde no debía, dejó de limpiar los barrancos… Antepuso la agenda electoral al planeamiento a largo plazo. Y yo, como ya hice en el Parlamento Europeo, pido perdón porque así comienza todo remedio. Sería inaceptable que el pueblo que se une para salvar al pueblo, en su peor hora, se viera representado por una política divisiva que no entiende que se enfrenta a la riada de nuestras vidas.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias La riada de nuestras vidas