Bajo la penumbra enramada de una terraza madrileña, me contó Javier Sierra la despedida de Fernando Sánchez Dragó, muerto en domingo de resurrección, según el propio Javier, tal y como cabía esperar de él. Brindamos por Fernando con vino tinto y dejamos pasar el tiempo celebrando su vida y su obra, hablando de sus cosas: lo de la orden del escarabajo bautizado en Namibia con su nombre, lo de todas sus mujeres reunidas en torno al ataúd, lo de su última epifanía en la isla de Patmos, lo de la moción de censura de Ramón Tamames, lo de... Me contó cómo Ayanta Barilli, la hija escritora de Fernando, le dijo antes de entrar al funeral: «Mi padre era un animal mitológico». En verdad lo fue. Al menos, como tal se comportó; con la erudición, atrevimiento, independencia, fertilidad e ironía de un personaje prerromano, eleusino. Lo que se corroboró días más tarde cuando se supo que, mientras el rostro de Sánchez Dragó estaba siendo cubierto con paladas de tierra soriana, en el yacimiento tartésico de Casas de Turuñuel, las caras de Gárgoris y Habidis habían vuelto a ver la luz después de dos mil quinientos años enterradas.
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Ambos son legendarios reyes de Tartesia: Gárgoris, inventor de la apicultura, y su hijo nieto, Habidis, amamantado por una cierva, de la agricultura. Para Sánchez Dragó constituían una suerte de mito fundacional de la España mágica y por eso los puso en el título de su célebre historia de nuestra heterodoxia genética. Se pensaba que esta primera civilización peninsular fue anicónica, que no representaba al cuerpo humano, pero ha quedado demostrado lo contrario. Se han descubierto cinco cabezas, de las cuales dos parecen diosas y otra, al menos, un guerrero. Por primera vez podemos enfrentarnos al semblante de nuestros más antiguos antepasados, los famosos atlantes, quizá. Es imposible que no se dispare la imaginación, sobre todo si se piensa que estos retratos se salvaron porque el templo en que estaban expuestos resultó demolido en una ceremonia orgiástica, bestial, en la que se sacrificaron y comieron medio centenar de caballos, vacas, cerdos y perros cuyos restos aparecen hoy amontonados y que, a continuación, se taparon con una arcilla que los ha mantenido intactos. ¿Quiénes esculpieron el templo y quiénes lo destruyeron? Ahí comienza el misterio.
Me siento libre para decir que tal vez estemos ante las verdaderas caras de Gárgoris y Habidis, aunque sólo sea porque salieron de la tierra a la vez que a Sánchez Dragó lo entregaban a ella. ¿Confundo fantasía y realidad? No sé, tengo que preguntar a Javier qué habría respondido Fernando.
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