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David Trueba se presentó anoche en los Goya con una cinta que cuenta los primeros años de Eugenio, hasta que le llegó el éxito y lo alcanzó la desgracia. La época de su dúo y su historia de amor con Conchita, cuando ambos fracasaban como cantantes, pero derrochaban felicidad. Sus edades de la sencillez, la inocencia y el sexo. El despertar con los sueños intactos que cualquiera puede recordar de sus veinte, incluso de sus treinta. Esa juventud que, si tienes la suerte de que te impregne, se transforma en una fiesta que te sigue siempre, lo decía Hemingway del París de su bohemia. Y hoy, cuando vuelves la vista y te recuerdas habitado por la torpeza, la imprudencia, el hambre, la desvergüenza y los movimientos bruscos de aquella etapa tuya, te viene una mezcla de pudor y nostalgia, justo lo que Trueba transmite en su película. No digo que fueras humorista como Eugenio, sino que él tampoco lo era y lo volvieron humorista la madurez y la amargura, igual que a ti.

Es paradójico que el tiempo se evapore, pero se quede dentro de tu corazón. El muchacho que fuiste, ese que repetía camisa de un día para otro si se encontraba guapo, que había nacido para tener razón, que era capaz de dormir hasta el mediodía, ese al que tanto engañaban, pero que, a la vez, se reconstruía con facilidad, aquel pazguato, según lo ves ahora, ya no existe, se esfumó tal que Eugenio cuando aceptó que debía dejar de cantar para ponerse a contar chistes y abonar facturas, sin embargo, por misterioso que parezca, tú lo sigues llevando en las entrañas y, a poco que suene una canción o un nombre, a poco que un aroma, una luz o un lugar lo evoquen, aparece y se hace con los mandos de tus ganas de reír y de llorar. Muchas personas con las que compartiste amor, amistad, anécdotas..., han desaparecido para ti, por más que en algún sitio sigan envejeciendo convertidas en otras, y tu memoria, a veces, conversa con ellas como eran, no como son. A esto me refiero, somos pozos repletos de niñas y niños ahogados, el fondo es nuestra naturaleza, lo ido nos rellena.

Es paradójico que el tiempo se evapore, pero se quede dentro de tu corazón

También tú, un día de calor, detuviste en la cuneta un coche de segunda mano, que funcionaba por casualidad, para extender sobre la hierba una manta en que tumbarse, comer bocadillos y hacer el amor a plena luz, sabiéndote un dios, y poco después, también a ti te corrigieron, y te descubriste de negro, subido al escenario, haciendo el payaso para quienes pagan, diciendo: «Saben aquell que diu...». Sí, te mataron, pero, muerto y todo, el joven dios que fuiste sigue vivo en ti, ese es el contrasentido del tiempo.

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