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La pica

¿Salir a cenar o poner luz en la escalera?

Domingo, 16 de marzo 2025, 00:02

Imagina que vivimos en el mismo edificio y que, desde que tenemos memoria, el vecino del ático, el más rico de la escalera, incluye la protección de la finca completa en su propio contrato de seguridad privada. O sea, que, durante años y años, él ha pagado por todos el vigilante de la puerta, las cámaras de vídeo, las alarmas y cuanto puede instalarse para disuadir a los cacos de intentar nada y que nosotros hemos podido irnos a cenar o enviar a los niños a Inglaterra con el dinero que nos ahorrábamos por tener gratis la seguridad. E imagina, ahora, que ese vecino benefactor un buen día decide, porque puede decidirlo, que se ha cansado y que se va o que se queda, pero que ya sólo va a pagar lo suyo. ¿Qué hacemos entonces? Tendríamos dos opciones: una, dejar de salir los viernes y pagar por nuestra protección o, dos, pasar de todo, no aumentar nuestro gasto en seguridad y quedar desprotegidos.

Ahora, me preguntas: ¿y qué pasa, que si no nos rearmamos va a venir una guerra? Pues no, pero sí. Es un poco más complejo. Vuelvo al ejemplo de la propiedad horizontal. Si, cuando el vecino rico deja de pagar la seguridad privada, los demás no hacemos el esfuerzo de quitarnos algunos gastos para cubrir el coste del vigilante y la luz de la escalera, no ocurrirá de inmediato que el edificio sea asaltado, pero se convertirá en un caramelito para los secuestradores exprés, los violadores de portal, los robos con fuerza en las cosas y los okupas. Si no pagamos la disuasión de los malos, por pura lógica, nada los retraerá de intentar sus carajadas. Por eso, me parece descabellado que haya quien diga que, si los EE. UU. no van a protegernos más, tampoco hace falta que nos protejamos nosotros, que es caro y que nadie nos desea el mal. Si no fuera porque creo que se trata de un planteamiento ideológico antioccidental, diría que de puro ingenuo resulta suicida.

Al mismo tiempo, es anormal, incluso amoral desde un punto de vista democrático, que, ante semejante circunstancia, el presidente del Gobierno ni dé explicaciones ni pida autorización al parlamento, ni consolide una mayoría para tiempos excepcionales ni convoque elecciones, ni invierta en Defensa lo que debe ni confiese la cifra millonaria que acabarán debiendo nuestros hijos y que aproveche, incluso, el momento más delicado que ha conocido España desde la Transición, para aumentar su soledad autocrática, psicopática. Oye, que, si fuéramos una finca urbana, habría que cambiar al presidente de la escalera para que la inseguridad de afuera no se complicase con la corrupción de adentro.

Si no pagamos la disuasión de los malos nada los retraerá de intentar sus carcajadas

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