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El escritor contemporáneo hace el pino puente para vender libros. Se publican muchísimas novelas, aunque la inmensa mayoría de ellas no despacha más que los ejemplares comprados por la familia. Situarse como autor de ficción con algunos miles de ventas exige, además de buena literatura, darse a conocer y captar la atención de esos espectadores que se distraen con las moscas. Por supuesto que hay excepciones, títulos que se abren camino gracias al boca a boca o que se distribuyen masivamente a través de autoediciones, pero, salvo a los consagrados, que son pocos y que también practican posturitas en público, al resto de escritores vivos les conminan sus editores a presentar la novedad hasta en heladerías, a impartir charlas en clubs de aficionados al crimen, a participar en concursos de la tele o a colgar fotos cursis en sus redes sociales para vender. En esto consiste esa fase nueva de la creación literaria, llamada «promoción editorial»

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...Y firmar ejemplares en las ferias del libro. No estuve en la de Valencia, me invitaron la víspera y con desgana, no sé por qué, o sí, pero he estado, con cada una de mis novelas, en Sant Jordi y en la de Madrid, y debo decir que diluirse en un mar de lectores y curiosos es jugar a una ruleta rusa despiadada para el ego. En la caseta, expones tus portadas como un apicultor sus tarros en un mercado medieval de los de las fiestas de los pueblos y es posible, incluso lo más probable, que nadie, absolutamente nadie, se acerque a comprar. Puede ser peor y que quien llegue coja un volumen, lo hojee, lo remire, y sin decirte una palabra, lo vuelva a dejar y se vaya. O todavía peor si firmas al lado de una autora de novelas románticas para adolescentes, un dietista o un youtuber y la cola de sus fans rodea varias veces el estand volviéndote invisible. El viernes en El Retiro me ocurrió, ¡por fin!, lo contrario y, bajo un cielo camino del Negroni, inserto en un cuadro naíf de libreros con sonrisa de charcutero, señoras de perritos con opinión, podemitas chachis, chicas a las que favorecen los libros y gafitas que fingen leer para ligar, me convertí en autor reputado. Sí, firmé tantos ejemplares de 'El escaño de Satanás' que, al final, me salió rara la letra. Y, con eso, ya puedo considerarme un verdadero escritor contemporáneo.

Niños que soñáis con llegar a ser escritores contemporáneos, creedme: hoy, el proceso creativo en literatura culmina sobreviviendo a la Feria del Libro de Madrid. Parece mentira, pero los que probaron la promoción lo saben. Al menos, eso decían en el cóctel guay que se sirvió a continuación.

Diluirse en un mar de lectores y curiosos es jugar a una ruleta rusa despiadada para el ego

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