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Dicen los que entienden de encuestas que el resultado de las elecciones de hoy se ventilará por muy pocos votos; que decidir si continuamos con esto que tenemos o lo cambiamos por algo nuevo estará en las manos de un número reducido de votantes; que la diferencia entre quedarse igual o darle una oportunidad al cambio es tan estrecha que, si resuelves no ir a votar, es muy posible que el desenlace de la noche de las elecciones sea distinto al que se produciría con tu voto. Siempre es así, claro, pero, por lo visto, nunca ha estado tan discutido un final de partida política como esta vez y, por tanto, nunca han sido tan determinantes cada uno de los votos que se depositan en la urna. Yo lo llamaría «efecto mariposa de las municipales». Ya sabes aquello de que el aleteo de una mariposa en China puede desencadenar una reacción en cadena que provoque una tormenta en Valencia, de que en un universo caótico la partícula más pequeña condiciona la reacción de todas las demás..., pues aplicado a las elecciones significa que lo que votes hoy puede ser lo que gane, casi sólo porque tú lo votaste.
Recuerdo a mis padres en 1977, en las sillas de la cocina, discutiendo cuál sería la mejor opción de voto entre las muchas que se les brindaban después del desierto del franquismo. Y un año después, leyendo y subrayando el proyecto de Constitución para formarse opinión y participar en el referéndum. Aún estudié yo la carrera de Derecho con aquel ejemplar beis, que por entonces se envió a cada casa, plagado de anotaciones de mi madre al lado de los preceptos que le ofrecían más dudas. Los fundadores de nuestra democracia no son ni Juan Carlos ni Suárez, sino los millones de personas sin estatua en el Botánico que, como mis padres, de manera pacífica, casi doméstica, sin más cultura política que la otorgada por el sentido común, participaron en el proceso concernidos, ilusionados, expectantes. Ese espíritu bienintencionado es el que hemos perdido y el que la presente jornada urge revivir: votar para decidir qué pasará. Tan sencillo, pero tan relevante como eso.
Tal y como están planteadas, en estas elecciones cada voto cuenta como si fuera el único, de modo que votar o no votar, concentrar o repartir sufragios, inclinarse por una papeleta u otra constituye una oportunidad y, por poco, una exigencia ética. Frente al insoportable peso de la mentira, vota. Por afinidad, por devoción, por protestar, por lo que más quieras, pero vota. Tu voto es hoy el último penalti de la tanda en una final del mundial superempatada, el guardameta te espera plantado ante la urna; tuyo es el gol.
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