Un viento macho, cargado de semillas y arena, frío como los ojos abiertos de un galgo colgado, seco, áspero, abusador, le corta los labios en un lugar del viejo reino de León cuyo nombre no recuerda. La campaña electoral lo ha llevado hasta ese pórtico de iglesia. El grupo que lo rodea, compañeros de partido, baila una danza de cortos pasos para no escarcharse y protege sus manos en los bolsillos. Se han plantado donde se supone que el sol de este mayo raro los va a calentar. Aguardan, deslumbrados por la claridad de un cielo de tubos de neón, a que comience la misa y la bendición de los tractores que cada año se celebra en el día del santo local. Luego, la sequía arrancará lágrimas a los agricultores cuando rueguen lluvia con el Aleluya de Leonard Cohen traducido al parroquiano. España descubre su cutis de trigo y cebada, sediento y sin maquillar.

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Para matar el tiempo, las candidatas a concejala le cuentan que, tradicionalmente, esa tarde se celebraba la verbena del santo, que los mozos lanzaban una espiga a la moza con la que cada uno quería bailar y que, si la espiga se quedaba prendida a la ropa y la moza no se la quitaba, se sobrentendía un «acepto» y que así comenzaron muchos noviazgos, pero que esa costumbre tan divertida se está perdiendo. «Nos poníamos jerséis con pelusa para recibir, sin que se cayeran, cuantas más espigas mejor y ser nosotras las que eligieran, era un juego», le cuentan. De pronto, revestido y alterado, sale el cura a la luz. ¡Viene el alcalde!, clama. Y, confirmando esa predicción, desde el fondo de la plaza se ve avanzar a un hombre gallo con traje de domingo y vara de mando, seguido por la banda municipal que interpreta el himno nacional. Por delante de la comitiva cruzan niños persiguiendo a una cabra.

El alcalde socialista se para a saludarle. Calla la banda. Un honor tenerle por aquí, le dice, somos el granero del Estado. Él responde que será el granero de España, aunque el alcalde insiste en que España ahora se llama «el Estado». Por agradar, él bromea y añade que no le extraña lo del granero porque, ahí, cuantas más espigas se posea más posibilidades se tiene de ser aceptado por una moza. El alcalde gallo se yergue y se pone solemne: «Se refiere usted a cierta usanza facha ya cancelada, ahora no reclamamos amor binario, sino afecto, y no sólo a las mozas, sino a todes les persones». Y se gira, seguido por la banda que vuelve a tocar el himno del Estado, y ordena que comience la misa. Él piensa que faltan hoy unos Alfredo Landa, Pajares y Esteso que rueden la película que implora la nueva masculinidad ibérica. Sonríe.

Faltan unos Alfredo Landa, Pajares y Esteso que rueden la película que implora la nueva masculinidad ibérica

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