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Urgente Tormentas de lluvia y granizo descargan sobre Valencia: Previsión de Aemet para las próximas horas

El 20 de diciembre de 1943, Charlie Brown, segundo teniente de la fuerza aérea americana, durante su primera incursión sobre Alemania, vio cómo su bombardero B-17, el Ye Olde Pub, tras soltar su carga sobre una fábrica de aviones, era alcanzado por la artillería antiaérea, perdía el morro, se le paraba el motor número dos y le empezaba a fallar el cuatro. Cedió velocidad y se separó de la formación, quedando a merced de los cazas alemanes que lo ametrallaron a placer. Murió o quedó herida toda la tripulación, el propio Charlie incluido, y al Ye Olde Pub, con el fuselaje lleno de agujeros, se le desprendió parte de la cola. Comenzó a tener problemas también con el motor número tres y con el sistema eléctrico. Tal era su estado que los alemanes se alejaron dándolo por derribado. Y, aunque Charlie consiguió estabilizar la nave a sólo 300 metros, al faltarle el sistema de navegación, no sabía cómo regresar.

Se le heló la sangre a Charlie cuando, con el bombardero sostenido con dificultad a baja altura, se dio cuenta de que todavía llevaba un caza Bf 109 detrás. El caza no tenía más que abrir fuego con sus cañones para despacharlo al infierno. Sin embargo, en vez de eso, lo rodeó para verificar sus daños y se puso a su altura. Por señas, lo guio para salir del continente. Lo acompañó hasta el mar y, al quedar Inglaterra a la vista, hizo un saludo militar y se retiró. A los mandos del caza iba Franz Stigler, un as de la aviación alemana, a esas alturas con 22 victorias, que creía en la caballerosidad y en el respeto al adversario, que no remataba heridos. Cuando, al aterrizar, Charlie contó lo sucedido, sus jefes decidieron silenciarlo para que nadie pudiera pensar que había alemanes nobles. Franz no trasladó a nadie su gesto para no enfrentarse a un consejo de guerra. Ambos mantuvieron aquel saludo militar en secreto hasta que el azar los reunió en 1990. Casi cincuenta años después, los dos pilotos, ya dos ancianos, se abrazaron y lloraron. «Devolverle aquel saludo fue el mayor honor», dijo Charlie.

Todos tenemos un amigo Charlie, yo lo tengo, al que alguna vez descubrimos volando sin timón, rozando el suelo con la panza, con el que recuperar el rumbo y al que saludar desde la cabina haciéndole el mayor honor. La vida es metáfora de la guerra y no al revés, la felicidad efímera y el dolor de calavera son de la guerra, por eso, entre camaradas del aire nos debemos compasión unos a otros, nos debemos fraternidad. Todos tenemos un viejo amigo Charlie al que no soltar de la punta del ala cuando cae en barrena y quien no lo tenga es que ese Charlie es él mismo.

Todos tenemos un viejo amigo Charlie al que no soltar de la punta del ala cuando cae en barrena

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