Ha palmado un tipo de mi época que fue padre de la ovejita Dolly sin que se le ocurriese clonarse él mismo para esquivar la muerte. Una putada clonar a los demás si no te clonas tú, pero vivimos esa edad de transición ente la boñiga y el intestino de residuos «flower» en que tales anacronismos resultan el pan nuestro de cada día. Los robots, por ejemplo, que imaginamos metálicos, es seguro que serán biológicos, o sea, de carne, uñas y dientes, pero aún no; de hecho, todavía te conectan al riñón metálico, si lo precisas, en vez de implantarte ese otro, recién flipado, que se cultiva en un cerdo al que no le han leído sus derechos. Nuestro tiempo inventa la inteligencia artificial, aunque no la compensa con sentimientos igual de artificiales, tal es la contradicción. Diseñamos objetos que maquinarán sin albergar emoción alguna. Ya sé..., ¿quién no ha tenido un amor escandinavo?, pero no me refiero a eso.
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Sólo se me ocurren tres profesiones imposibles de sustituir por la IA, y son españolas: torero, banderillero y picador. Si también se desarrollase una sensibilidad artificial sería distinto, claro. Pero no estamos en eso. Incluso, tratándose de danza, por ejemplo, podría una computadora componer música y un maniquí ejecutar coreografías con oído digital, sin que se notase falta de duende. La tauromaquia, sin embargo, es justo lo contrario a la IA, sólo entrañas. Arte, dirán los intelectuales. No es inteligente desarmarse ante un toro, ni matarlo con espada habiendo pistolas, ni cortarle la oreja para arrojarla al público...; mítico, mágico, atávico, todo eso sí, pero racional no. Si le ofreces una corrida a ChatGPT no pensará en toros y tampoco aceptará. Pues la esencia española, según vemos estos días, es taurina: aplaudidora, fiera, irreconciliable, de a vida o muerte. Ni inteligente ni artificial.
Mis tíos Juli Pastor y Diego Robles, en vez de un nicho en el cementerio, heredaron una plaza para capeas en un chalé llamado Villa Res. Allí me recuerdo, igual que un niño neandertal, jugando a torear con mi camiseta, un palo y un cráneo de vaquilla, destello postrero de un planeta en que «artificial» significaba fingido, falso. Ahora es al revés, «artificial» significa perfeccionado. Por eso, España no se encuentra a sí misma después de votar. Porque esta España a cara de perro, de faca y procesión de nazarenos, de Rubiales y su hoguera pública, es imposible de robotizar. De la IA jamás saldría un país incapaz de pactar consigo mismo, un país sin inteligencia nacional. España es Villa Res y la hemos heredado en vez de un nicho.
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