Ni militares ni eclesiásticos. A la hora de hacer el Repartiment de lo conquistado, Jaime I se reservó la Albufera como propiedad de la Corona. Y en esa condición siguió durante siglos para proporcionar generosos beneficios a sus descendientes, esposas, hijos, validos o simples paniaguados, ... hasta llegar a Isabel II. El lago se hizo dulce, dejó de producir sal, pero nunca dejó de proporcionar los beneficios propios de un paraje natural de excepcional belleza y calidad medioambiental. El gabinete del presidente Lerma, en 1986, fundó allí el primer parque natural valenciano. Los intentos de lograr una declaración protectora del programa MAB de la UNESCO, como Reserva de la Biosfera estaban en marcha ya en 2011, cuando se celebró el centenario de la cesión de la propiedad a la ciudad. Pero la unanimidad de los municipios ribereños en la demanda -un ejercicio de malabarismo político de gran dificultad- no se logró hasta el pasado 12 de septiembre: en un solemne acto celebrado en la Lonja, todos los alcaldes estamparon su firma al pie del documento oficial.
Publicidad
Si el conseller Martínez Mus dijo que el lago es «una de las grandes señas de identidad del pueblo valenciano», la alcaldesa Catalá habló de «preservar para generaciones futuras un patrimonio milenario de valor incalculable, que es nuestro, pero es de todos, porque es de toda la Humanidad». Seis semanas después, como todos sabemos, la Albufera recibió uno de los más terribles castigos de su historia, peor que el de las riadas históricas: la brutal inundación del barranco del Poyo trajo aguas desbocadas, basuras, desperdicios tóxicos y millones de toneladas de barro, para arruinar todos los aprovechamientos históricos del paraje más el bien añadido del turismo y la gastronomía.
Aunque los informes iniciales no son tan pesimistas como era de temer, para encontrar un daño comparable hay que ir hasta 1676, cuando el lago quedó incomunicado con el mar, tras lustros de mala gestión y abandono. O quizá al año 1998, cuando los vertidos de las minas de Aznalcóllar sobre el parque de Doñana sembraron la alarma y la indignación mundial. Pero, por lo que sea, no parece que nuestro lago levante la misma sensibilidad protectora que las marismas andaluzas; ni en los medios informativos nacionales ni en los apasionados resortes medioambientales a la moda estamos viendo la pasión salvadora que proporcione al parque valenciano lo que más necesita: agua fresca y limpia y copiosas inversiones europeas y españolas.
En el año de Capitalidad Verde, la inundación ha sido un cruel mazazo para la Albufera. Pero solo el propietario del lago, el Ayuntamiento de Valencia, ha puesto en marcha un plan de limpieza. Con sus recursos. Como la alcaldesa ha dicho no hace mucho «estamos saliendo solos, a pulmón».
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.