Secciones
Servicios
Destacamos
Yo creo que también hubo un simposio. Los sabios de las tres grandes religiones, me parece a mí, hicieron junta general hace milenios y se pusieron de acuerdo a la hora de describir un paraíso donde el agua era primordial y se convertía en espejo ... del cielo ante los ojos del hombre y la mujer, fatigados por la vida. Bosque, aves, frescor, agua que corre y estanques que doblan la forma de ver la arquitectura. La profesora Fátima Roldán, en sus trabajos sobre el paisaje en el mundo andalusí, llega a plantear una imagen que se me ocurre oportuna para la Valencia de hoy: la del hombre y la palmera, suspirando juntos, trasplantados ambos de su suelo, tan lejos del horizonte primitivo de Damasco...
Los elogios del mundo islámico a la hermosura de ese Mar Pequeño (Al-Buhayra) que yace al sur de la ciudad llenarían horas del Simposio que hoy reúne al periódico con la sociedad valenciana. Desde el principio de los tiempos, Valencia ha estado ligada a un lago de nácar, que primero fue salado y luego se cerró para hacerse de aguas dulces. El rey Jaume, que no era insensible, se guardó el paraíso como bien de la corona, generador de paz y de buenas rentas. Y así estuvo hasta llegar a las manos de Godoy o de Suchet. De las veinte mil hectáreas antiguas a poco más de dos mil; por allí ha pasado de todo. La Albufera guarda la historia, heroica o torpe, de todos nosotros: desde las salinas a las barracas, desde las fúlicas a las tencas, desde el abandono que cerró la barra de arena hasta el proyecto de desecación para el aeródromo. Incluida la gloria excelente del arroz.
No abundan las grandes metrópolis que puedan presumir por tener en su término un parque natural protegido. Pero Valencia, desde hace ya cincuenta años, viene aprendiendo la difícil asignatura de llevar a cuestas tanto el honor de ser dueña de la Albufera como la responsabilidad de cuidarla. En los setenta, con este periódico en primera fila, los valencianos pasamos con esfuerzo las primeras pruebas de un examen colectivo que no va a terminar nunca. Ahora, en el centro del año de la Capitalidad Verde, somos una ciudad singular en el Mediterráneo llamada a asumir la obligación de custodiar un bien recibido de la Naturaleza, para poderlo transmitir en mejores condiciones.
Estamos hablando, pues, de cumplir con las reglas del respeto y del equilibrio. Hablamos de la necesidad de suscribir un gran pacto por el agua y las inversiones. Agua, porque es fuente de vida en el imaginario de todos los paraísos culturales. Agua limpia y suficiente, reglas de armonía e infraestructuras; para que se haga posible la continuidad de los aprovechamientos modernos, singularmente la pesca y la agricultura del arroz. Y la protección de la vida en una laguna que, sin duda, va mucho más allá del paisaje.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.