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Es muy cierto que el daño sufrido por la ciudad de Valencia durante la DANA ha sido limitado y que los medios de respuesta de que dispone la capital son muy superiores a los de las poblaciones que la rodean. Pero siendo eso cierto, hay ... un factor a poner de relieve: en febrero, Valencia sufrió, en Campanar, un dramático y devastador incendio que puso a prueba, de manera cruel y exigente, a todos los servicios de emergencia de la ciudad. Y con ellos, a unos equipos de alerta y respuesta que, al llegar la desgracia del otoño, se diría que estaban -permítanme la expresión- vacunados para lo peor.
Hace unas semanas, en las inundaciones de Málaga, no han faltado voces que han dicho que se salvaron gracias a que el padecimiento que unas horas antes había afectado a los valencianos les tenía alertados, ojo avizor, sobre el riesgo mortal de sus ríos y barrancos. Es la vacuna de la supervivencia, forjada a base del sufrimiento ajeno. Y en el incendio de Valencia, qué duda cabe, funcionarios y equipos, junto con los políticos llamados a tomar decisiones, aprendieron mucho, a base de lágrimas, en muy pocos días.
Es muy probable que ese hecho ayude a explicar lo que está ocurriendo a la vista de todos en las últimas semanas. Sin ánimo de establecer comparación alguna, Valencia ciudad, y sobre todo su alcaldesa, se ha mostrado sobria pero eficiente, serena pero activa, humilde y discreta pero atenta al lugar donde había que estar. Y como no podía ser de otra manera, ha desplegado su acción no solo en sus pedanías y su lago, sino en toda el área de la inundación, en la medida de sus fuerzas. Valencia, no hay que escatimar el detalle, ha sabido mostrarse digna del título de 'cap i casal' que ostenta desde hace siglos.
No es nada fácil liderar y mucho menos hacerlo en un clima que se desliza hacia el caos. Con todo, la sobriedad de palabras de María José Catalá, la serenidad de sus gestos y sus reiteradas llamadas a la reconstrucción desde un plano de modestia presupuestaria, están logrando incluso lo que parece imposible en nuestro clima político cainita: el respeto de una oposición que, al menos aquí, no insulta apenas.
Sí, la agenda es ahora otra: los sueños se han hecho imposibles y se pliegan ante la reconstrucción. Una tarea en la que la ciudad va a tener que decir mucho si quiere seguir ostentando esa capitalidad metropolitana que (aún) no le confiere la ley pero que ha empezado a ganarse en medio de la catástrofe. Tiempo habrá para ver los planes que el equipo de Vicepresidencia va forjando para el futuro; pero es obvio que, si se habla de un nuevo Plan Sur, estarán basados en un concepto de área metropolitana, de conurbación de dos millones de personas en el que la capital va a tener que asumir, al fin, su destino.
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