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Nos lo recuerda Miquel Nadal en una de sus brillantes columnas: la Confederación Hidrográfica del Júcar tenía su sede en la plaza de Tetuán. Sí, señor. Y allí acudíamos los periodistas pipiolos a entrevistar no tanto a los señores ingenieros, que eran la aristocracia del ... agua -condes y marqueses de aforos y cauces-, sino al señor delegado del Gobierno en la Confederación, que era el rey de la Hidráulica y te recibía con un habano recién encendido en un despacho de muebles cervantinos: siéntese, joven, siéntese...
Las confederaciones hidrográficas son el residuo más importante que queda en la administración española del Estado Antiguo. No son autonómicas; ni pueden serlo porque las malditas cuencas hidráulicas no coinciden ni de lejos con las autonomías. El padre Ebro nace en Reinosa, muy lejos del Deltebre, y en las oficinas valencianas de la CHJ se despachan asuntos de ríos y riachuelos que conciernen a ciudadanos de Murcia, Albacete, Cuenca y Teruel. Hablamos, pues, de un servicio puro del Estado, supraautonómico y supraprovincial, que permanece fósil con el mismo esquema que tenía en 1978. La idea de una Solución Sur que desviara al Turia se debe, es verdad, a Gómez-Perretta y García Ordóñez; pero construirlo lo construyó el ingeniero Salvador Aznar, un caballero confederado experto en aguas, una rama de la nobleza técnica entonces muy elevada sobre los simples urbanistas o los eficientes constructores de carreteras.
Hablamos, pues, de un estamento, de un estatus. Que hace muy difícil contemplar la idea de una permeabilidad social. ¿De dónde, si no, vendría esa larga, esa inútil lucha de confederados y alcaldes por las cañas que embozan los barrancos? ¿No habéis visto bramar a concejales iracundos? ¿No veis esos cauces llenos de lonas negras? ¿No entendéis que la Confederación es el último espacio donde el Estado exhibe el músculo riguroso que ha perdido en educación, sanidad e incluso en obras públicas?
En el siglo XXI, los presidentes de las confederaciones, llamados a ser particularmente distantes, impermeables y secos, han abrazado la política. Algunos de ellos, aun siendo ingenieros, no son de la carrera profesional sino de designación gubernamental. Complementan al delegado político del Gobierno en un área, la de relación con el espacio físico, donde imperan las reglas de la secta medioambiental: en este caso, incluso hoy mismo, Teresa Ribera y sus tajantes determinaciones climáticas.
No veo, pues, mucha discusión; y entiendo que Mazón diga que cada palo debe aguantar su vela. Los confederados, ni han cedido ni cederán un ápice de su poder. Imposible, pues, pensar que haya otro responsable, otro dueño de ríos y barrancos. Ellos estaban donde siempre han estado: si quieren algo, que lo pidan...
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