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El 6 de enero de 2021, cuando los congresistas iban a certificar la elección del presidente Joe Biden, cientos de partidarios de Donald Trump asaltaron el Capitolio en una de las escenas más extravagantes y vergonzosas que ha dado nunca la democracia norteamericana. Más de ... mil personas fueron arrestadas en todo el país por la violenta insurrección; unas 350 han sido formalmente procesadas y unas 170 ya han sido condenadas. Pero el 28 de junio, el Tribunal Supremo determinó que la fiscalía se extralimitó con sus acusaciones de obstrucción a la justicia. Ese mismo día, en su primer debate frente a Biden, Donald Trump habló de los procesados y condenados como «presos políticos».
No es extraño que se hable de un clima guerracivilista en EE.UU. Desde las elecciones de 2020, cuyos resultados objetó al perder, el radicalismo de Trump ha transitado por unas vías que en realidad cuestionan el sistema democrático mismo. El sábado, después de la convención de Milwaukee, con su parche aun en la oreja, el expresidente, tras elogiar a Orbán y a Putin, envió un recado a quienes le señalan como una amenaza para la democracia: «Yo recibí una bala por la democracia la semana pasada».
El domingo, poco antes de las dos de la tarde, el presidente Biden anunció formalmente la esperada decisión de renunciar a la carrera por la presidencia de los Estados Unidos. Parecía que todo el mundo se estaba dando cuenta de su deterioro de salud menos él, pero no ha sido así. Tras una carrera de 40 años en la política, Biden se ha percatado que lo mejor para su partido y para el país es dejar que la campaña fluya y que otros se ocupen del grave problema de hacer frente a ese personaje desazonador, sin duda imprevisible, que parece llevar el camino directo a la Casa Blanca como un designado por el Cielo. «Biden no tomaría esta decisión si no creyera que es la mejor para Estados Unidos», escribió Barak Obama a los pocos minutos de ponerse en marcha el revuelo mundial.
No es nada fácil entender desde nuestra España, los entresijos de la política americana. La Casa Blanca, por ejemplo, informa que la señora Biden será quien encabece la delegación norteamericana en la inauguración de los Juegos Olímpicos: se ocupa solo de la vida oficial del presidente e ignora, como debe ser, su partido, su candidatura y sus donantes. Pero el mundo, ahora, está en manos de dos partidos avejentados, desgastados, adocenados y faltos de renovación: el republicano no existe porque se lo ha comido crudo Donald Trump; el demócrata, convertido en un concurso de viejas glorias progres, se ha descuidado de una manera infantil y ha perdido su valor como cocina de ideas democráticas para el mundo. Dios salve a Kamala Harris (y a Europa).
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