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Corrían los primeros años del siglo, El Corte Inglés proyectaba un gran centro comercial en el horizonte de la avenida de Francia, y la alcaldesa Barberá, por quinta o sexta vez, reclamó al gobierno, el que hubiera, blanco o negro, que los trenes empezaran a ... hundirse en el suelo mucho más allá de la calle de Ibiza; que el túnel de la Serrería, un gran invento para los años noventa, ya era imprescindible que, en el siglo XXI, hicieran posible la prolongación de la Alameda y un remate digno para el parque del Turia. Valencia tenía que encontrarse con el mar sin el corte de una doble línea ferroviaria en superficie.
Y ha sido ahora, veinte años después, cuando el destino y un ministro con cara de pocos amigos nos ha deparado la suerte de un inicio de principio de solución. Después de años de batallas y negociaciones, después de mil ruegos, exigencias y reclamaciones municipales, se ha llegado a un acuerdo intermedio y el túnel tendrá un kilómetro más. ¿Hasta Primo Yúfera? ¿Hasta el puente de la autopista del Saler? Pronto vamos a ver qué corto es un kilómetro a la valenciana en comparación con los de les Rodalies catalanas.
En todo caso, déjenme anotar que hay corporaciones municipales a las que se les atascan los asuntos. Pero hay otras que, por trabajo o por buena estrella, resuelven conflictos que se habían convertido en verdaderos nudos históricos de la ciudad. Cuando se cumple el primer año de las elecciones, cuando la Batalla de Flores señala ese fin de curso municipal, se puede decir que tenemos un Ayuntamiento desatascador, una corporación, aplicada al trabajo de desanudar líos, que está logrando soluciones a asuntos encasquillados. En pocos días, el PAI de Benimaclet, el centro comercial de Malilla, el urbanismo del Grao y el parque de Desembocadura, incluso ese «milagro potencial» que puede anidar en el pringoso caso Mestalla, están dando la impresión de que Valencia empieza a encontrar cauces, salidas, soluciones para asuntos que están inscritos en el imaginario de la ciudad como eternos.
¿Tendremos tanta suerte como la que señalan los últimos indicios? ¿Podrá ver construido mi generación el famoso Jardín de Jesuitas cuando apenas se cumplen 50 años de la aparición del conflicto? ¿Será capaz este pueblo de cruzar el Mar Rojo a pie enjuto y ver terminado algún día el prometido parque Central? Para eso hace falta algo muy raro pero que se va viendo últimamente: funcionarios que trabajan a gusto con una corporación que sabe lo que quiere. Así, no es raro que se cumplan algunos sueños.
Adornos y piruetas: setecientas piezas de la Tortada de Goerlich y 120 del monumento a Sorolla, reunidas en un mismo solar polvoriento, dan para muchas ilusiones. Y al menos para un par o tres campañas electorales.
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