Una fecha importante, un día para recordar: el 30 de enero de 1958. ¿Qué ocurrió esa fecha? Pues sencillamente que el Estado Español asumió que, ... tras las inundaciones de octubre de 1957, era conveniente y necesario desviar el cauce del rio Turia en su tramo final. Los técnicos, tras esa determinación oficial, ofrecieron tres opciones de desvío -por el Norte, por el Centro o por el Sur- y fue esta última la que, unos meses después, en julio, acabó triunfando.
Solo 108 días después de la riada, el Estado tomó una determinación de globalidad a la que todo quedó supeditado en el futuro, hasta nuestros días. Y, aunque es muy cierto que aquello era una dictadura personal, que el debate se obviaba y que todo funcionaba de forma autoritaria y centralizada, no está de más que sepamos que quince semanas y media bastaron para tomar una decisión estratégica. Es la solución que se criticó después como faraónica y 'brutalista'; la que, el 29 de octubre, nos salvó el culo a un millón de personas, por decir algo.
Si recuerdo esa fecha es, claro está, porque pienso que la democracia que disfrutamos no ha de estar forzosamente ligada al enredo, a la burocracia, a la pérdida de tiempo y el retraso de las decisiones. Es legítimo y muy necesario debatir qué hacemos con los barrancos peligrosos; y hay que escuchar todas las visiones que sea preciso antes de tomar una determinación. Todos los partidos deben opinar y todos los técnicos deben ser oídos. Pero todo tiene también un plazo sensato. De modo que, a los 160 días de la inundación, y precisamente porque tenemos medios técnicos infinitamente mejores que las máquinas de escribir Continental de 1957, hay que decidir ya.
Y decidir, en este caso, es establecer un mando único consensuado en torno a lo que la CEV -el organismo que habla con más sensatez de cuanto se escucha-está proponiendo de la mano de los técnicos. Una serie de soluciones hidráulicas, de transporte, infraestructuras y reconstrucción que vendría a ser ese nuevo Plan Sur del siglo XXI que ide la alcaldesa. Que reformaría toda la zona afectada, evitaría que la Albufera fuera de nuevo el sumidero de la basura y desde luego vendría a incrementar la seguridad en ese cauce del Turia que nos ha salvado.
Porque lo que ahora se ve -la reposición de un puente por aquí y la reconstrucción del mismo cauce por allá- parecen tentativas dispersas, ganas de acallar voces urgentes, palos de ciego. O lo que es peor: hacer campaña electoral y dividir por dos la acción, de modo que el Estado echa una mano a los ayuntamientos progres y la Generalitat en los otros. Un ridículo histórico.
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