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Como se decía antiguamente: cuando estas líneas vean la luz... usted y yo, el mundo entero, estaremos metidos hasta el cuello en una nueva era, ... la de los aranceles. Que sin duda alguna va a afectar a españoles y europeos antes o después, con muchas y no pequeñas repercusiones. No quiero dármelas de agorero, pero a lo largo del año lo iremos notando: nuestro bolsillo lo va a notar en los próximos años.
Donald Trump, que parece mal de la cabeza, venía diciéndolo, hizo del asunto la columna vertebral de su programa, y más de 70 millones de personas le han hecho presidente de los Estados Unidos para que aplique los aranceles. Y también para que use la amenaza de su aplicación, o de su retirada, como premio y castigo, como arma de presión, de extorsión o negociación con la que conseguir diversos objetivos. Los más explícitos los de la entrada de drogas y emigración clandestina por sus fronteras norte y sur.
«Esta es la guerra más tonta de la historia», ha escrito el 'Wall Street Journal'; pero el presidente del tupé dice que los aranceles son «la mejor cosa jamás inventada». Aranceles que se van a aplicar -solo con las decisiones que afectan a Canadá, México y China- sobre 1,4 billones de dólares, un tercio de lo que entra anualmente en Estados Unidos. Solo en aguacates mejicanos, 3.100 millones de dólares. Frutas y verduras, trigo y maíz, coches, herramientas y manufacturas, petróleo y madera, muchísima madera; millones de troncos imprescindibles para abordar en EE.UU. una necesidad y carestía de viviendas mucho mayor que la que venimos sufriendo en España.
Parece inconcebible escuchar a un presidente decir, en el siglo XXI, que tiene más petróleo y más bosques que su vecino. En el momento en el que el mundo se pregunta por la utilidad de la Inteligencia Artificial, los bienes primarios y elementales -troncos, metales, gasolina, trigo- regresan a puestos centrales de gran interés. Gracias precisamente a la IA, los ayudantes de Trump han empezado a presumir de tener plantados 300.000 millones de árboles que hacen innecesaria la madera de Canadá. Con la que se fabrica -digámoslo de paso- el papel que tiene el lector en las manos.
Lo primero que se le ocurre pensar el más lego es que todo va subir de precio en Estados Unidos y que la inflación que Trump niega va a remontar. Con todo, las convulsiones bursátiles de ayer, los temores y temblores en una economía mundial de piel sensible, hecha a la generosa libertad de fronteras de las últimas décadas, no son para describirlas. Todo funciona en vasos comunicantes y todo se irrita a la primera tos. Pero esto no ha hecho más que empezar.
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