Nadie es perfecto. La inauguración de la estatua que el rey don Jaime tiene en el Parterre «fue una manifestación bastante lucida; pero hubiera podido serlo mucho más si en Valencia hubiese más espíritu patrio», escribimos en el fondillo editorial del día siguiente.
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Pero ¿qué ... será eso del espíritu patrio? ¿Cómo notar su presencia y cómo fomentarlo en el caso de que falte? Para la redacción de aquellos tiempos, o para Teodoro Llorente mismo, que igual escribió esas líneas en persona, en julio de 1891 falló que «muchas de las corporaciones invitadas dejaron de asistir y que otras estuvieron pobremente representadas». Eso, y la mala organización, con un corte de la procesión cívica de media hora, hizo que solemnidad de la buena solo la hubiera cuando el alcalde tiró del cordón y el lienzo que cubría la estatua se abrió, dejando al descubierto la estatua en la que Llorente y sus amigos invirtieron 16 años de esfuerzos, cuestaciones, rifas y cabildeos.
En teoría no hay que confundir el espíritu patrio ni con la buena organización de los eventos ni con el deseo de colaborar más o menos en ellos. Pero, si vamos al grano: la belleza de las formas, el armónico desarrollo de un acontecimiento ¿no será fruto del deseo general de que todo salga bien? Y ese interés compartido por que todo nos vaya bien ¿es o no es el espíritu patrio que tanta falta nos hace a los valencianos?
En el fondo, y ya tiene guasa, el rey Jaime lleva 133 años de estatua, contemplando nuestras pequeñas batallas en busca de esa rara virtud, la del espíritu patrio. Si leemos la crónica de lo ocurrido en 1891 vamos a encontrar resonancias con la inocente controversia actual sobre la libertad de asistir al Te Deum. En 1891, lo que tenía contrariado a Llorente es probable que fuera la actitud del síndico portador de la Senyera, Vicente Dualde Furió, del partido republicano progresista, que pretextó «dolor reumático» para no hacerlo, lo que hizo recaer el honor en el señor Martí Andrés. Que era el concejal que mayor número de votos había obtenido en las últimas elecciones y que no se presentó vestido de rigurosa etiqueta: «Vestía traje de chaqueta negra y sombrero de fieltro, propio de los labradores acomodados de la huerta», escribimos con un pelín de asombro.
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¿Y qué más dará? Gestos, vestimenta, detalles, libertades, maneras y protocolos... De los viejos usos republicanos que hacían ascos nada menos que al rey don Jaime, hemos pasado a costumbres que se han hecho tolerantes ante el gusto por entrar o no entrar en la catedral a cantar un precioso himno de acción de gracias con quince siglos de historia. Pero lo que cuenta es el conjunto y sus resultados: si hay armonía en el propósito, si lo que se desea es que todo «salga bien», será más fácil conseguir ese objetivo viejo, el del «espíritu patrio».
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