¡Qué susto más grande el del Torico de Chiva, señor! Pero se acaba el espectáculo y enseguida empieza la Semana Grande de Moixent, la del gazpacho, el buen vino y el guerrero. El calor cuartea las campanas de los pueblos, pero la máquina festera ... no para: Almudaina y Villahermosa del Río, Serra y Monserrat, Penáguila y La Todolella... San Roque, la Virgen, todas las vírgenes. Curas, músicos, pirotécnicos y ganaderos ya no dan abasto, de aquí para allá, tres, cuatro, seis fiestas el mismo día. Los cronistas locales se exprimen el coco para encontrar un tema nuevo para el programa de fiestas de este año: «La tradición de los gozos y los ramos de mirto en la bajada del santo de la ermita...»
Publicidad
Es verano: Paterna, Alfara, Faura, Morella, El Puig, Bocairent arden en banderitas, ferias, entoldados y verbenas. Y, ojo, con ese alcalde, hay que abrir sitio als Moros i Cristians d'Ontinyent, una fiesta orgullosa e identitaria, potente y de relumbrón. Como si no hubiera un mañana, el mapa de los valencianos se llena de toros, plagas de peste y musulmanes, tres referencias antiguas, tres combates ancestrales que se convirtieron en excusas para un desparrame de pólvora, vino y boato social -«es la dona del sinyor notari»-: un ritual de almuerzos suculentos, calderos sudorosos, meriendas a 33 grados a la sombra y cenas de sobaquillo y papel albal.
Los forasteros, los turistas, no saben por dónde entrar a esta cultura que enjaula puertas, escaparates y ventanas para que no entren ni toros ni cohetes a la hora menos deseada. La fiesta valenciana no se entiende hasta que no se comprueba que las peñas han ocultado la fachada neoclásica de la iglesia del pueblo, lo único presentable, con un cadafal coronado por ventiladores y neveras para cerveza. Los ayuntamientos de todos los colores se humillan ante la dictadura popular de los festeros taurinos. Y ante la extorsión de los festivales de música: una empresa extranjera se lleva el beneficio que dejan 30.000 jóvenes, mientras los demás pagamos el gasto presupuestario de mil y pico guardiaciviles.
Hasta que el 28 de agosto llega la Tomatina, la fiesta total, la más lista, sagaz y previsora, la que hace años se adelantó a los terribles problemas del turismo de masas con una herramienta tan nueva como una taquilla. Por 30 euros se están vendiendo viajes tomateros a Buñol, con autobús y entrada. Desde Barcelona, con camiseta añadida, cuesta 88 euros. Lo máximo, lo más de lo más, es la Tomatina vivida desde dentro del camión de los tomates, un aquelarre inolvidable que cuesta 750 pavos y tiene las plazas agotadas. Ni la Venecia que intenta cohibir a los cruceros, ni la Valencia que pelea contra los apartamentos turísticos: Buñol, adelantada a los tiempos, va al grano de la taquilla. Contra la masificación, una fiesta con aforo. Habrá que ir pensando algo así para las Fallas. Si se cobra por acercarse a ver los letreros de una falla ¿por qué no cobrar por entrar a Valencia en Fallas?
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.