¿Es usted, también, de los que apaga el telediario antes de que salgan esas brutales imágenes de niños rotos en hospitales de Gaza? Pues le comunico que muchos de la misma inclinación estamos optando ya por no poner el telediario. Nos informamos -lo justo- ... a través de otros medios. Pero, sin perder el pulso esencial del conflicto, hemos renunciado ya a esa pesimista ración diaria de amargura y sudarios; de desesperación vestida de escombros y sollozos: las guerras de religión son las peores.

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El lunes se va a cumplir un año de aquel monstruoso ataque terrorista de Hamás contra Israel que desencadenó una operación de represalia pocas veces vista en Oriente Medio. Asombra que Israel, dueña de un servicio de espionaje puntero en el mundo, se dejara sorprender como ocurrió en octubre de 2023. Pero el caso es que, doce meses después, la cirugía destinada a extraer del cuerpo social palestino el cáncer de Hamás ha costado ya 40.000 víctimas, entre las que habremos de reconocer que muchas son inocentes. Unos once mil son niños; no es preciso extenderse más...

A lo largo de esos doce meses, la guerra ha servido para dejar bien claro quiénes son los que apoyan las posiciones, criterios y aspiraciones de Israel, empezando por su derecho a existir como Estado, y quiénes los que se inclinan por los palestinos que aspiran a vivir en un mundo en paz sin anidar en su seno a Hamás. El conflicto ha dejado en evidencia la falta de compromiso de buena parte del mundo árabe con los palestinos y también lo muy difícil que es sostener el maximalismo de Netanyahu incluso para Estados Unidos.

Con todo, sobre la base de bombas y víctimas, este año ha servido para mostrar el asombro que causan las nuevas formas de guerra en el siglo XXI. Si los drones ya son un modo diferente de atacar, defenderse y combatir, la explosión simultánea de dos o tres mil aparatos portátiles del enemigo es algo insólito; algo que transforma todos los escenarios conocidos. Como lo es ese escudo de misiles ABM que deshace un ataque exterior, o el sistema de acabar con un líder buscado a base de desmoronar el barrio donde duerme.

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Despiadada y cruel como pocas, esta guerra se viste de excesos y se alimenta en una espiral que el secretario general de la ONU ha denunciado... para encontrar el hierro de Israel. Pero Netanyahu, cirujano de hierro, persigue a toda costa la erradicación de sus enemigos. Lo más amargo es que, mientras exhibe el derecho incuestionable de existir, además de sembrar muerte hasta hacer que apaguemos el televisor, nos deja a todos con la inquietante pregunta de qué sería de esta inocente Europa si se rindiera, bajara los brazos y dejara al terror radical de Hezbolá y Hamás adueñarse de aquella parte del mundo.

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