Las redes empezaron a celebrar la salida del señor Barrera, muy pronto, a la hora de la cena del jueves. Y es que se trataba de una crisis relámpago, una crisis del tiempo, con hielo y rodaja de limón: el final de un pacto que ... no había cumplido siquiera su primer año. Un cierre ordenado desde Madrid por Abascal y su núcleo duro: porque ganas de dejar el sillón, lo que se dice verdaderas ansias de perder lo conquistado, no tenía nadie. No ha sido muy bonita la imagen de un partido ordenando desde Madrid el descuelgue de cinco pactos autonómicos. Es una foto muy centralista y carece de la lógica estética que Mazón reclamó el viernes en su rueda de prensa: nos hacen la crisis desde fuera, qué feo. Pero los idus de julio están ahí, juegan su papel en algunas cabecitas y el dirigente de Vox ha tomado una decisión crucial mirando al fantasma de Alvise Pérez, el partido que apareció, le arrebató la merienda y casi ha desaparecido.
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Pablo Salazar, el otro día, se preguntaba qué quiere ser Vox de mayor, pero tenía muy clara la respuesta. Vox es un partido que no quiere gobernar, no está hecho para reformar o construir leyes, no es un partido de gestión sino de incomodo. Su misión es la de marear, incordiar, aprovechar los resquicios, defectos y huecos de los dos grandes partidos clásicos, Popular y Socialista, llamados a asumir la pesada carga de los asuntos de Estado. Y asuntos de Estado son, sin duda alguna, los que articulan la parte menos vistosa pero más necesaria del esqueleto de una nación: desde el Consejo General del Poder Judicial hasta el reparto proporcionado de las secuelas de la inmigración ilegal.
Se podrá retrasar, podrá racanear y hacer fintas... pero el PP tiene una responsabilidad de trascendencia, una responsabilidad nacional que no puede eludir en modo alguno. Peso del que están libres -o se liberan- tanto Junts y ERC como Vox. Porque si los unos traicionan la solidaridad estatal, el otro aún no ha conseguido hacernos saber qué soluciones tiene para la inmigración. ¿Fragatas con misiles? Solo la unidad de los grandes partidos reportará algún remedio al problema, con el auxilio financiero de Europa.
PP y PSOE están llamados a entenderse en los asuntos de calado nacional. Y lo es, sin duda, la estabilidad de cinco autonomías. Bueno será, pues, que la socialdemocracia y el nacionalismo, que durante meses han afeado al PP su contagio de Vox, cambien un disco que ya no funciona y otorguen como mínimo respeto a un presidente, Carlos Mazón, que -los idus de julio- ha resuelto en pocas horas, de manera ejemplar, una crisis impuesta.
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