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Para empezar, alguien que se hiciera llamar Manolo ya resultaba raro entre la buena sociedad... Pero, claro, si se trataba de un artista, de un ... pintor moderno, lo de Manolo, Manolo Gil, se podía aceptar, siempre que se guardaran distancias. Sin embargo, cuando los socios del Ateneo Mercantil empezaron a ver los murales en los que el artista estaba trabajando en el salón noble, aquellas figuras recias, la falta de perspectiva, la geometría, el deliberado ascetismo de color... Gil empezó a pintar en 1952, el año en que el marqués del Turia cedió la presidencia del Ateneo a Vicente Iborra. Y sí, es fácil deducir que el encargo lo hizo la directiva del primero y que las quejas se las llevó el segundo, presionado incluso por la nada disimulada intención de algunos socios de que aquellos grandes murales, «tan modernos», «tan raros», dedicados a la Agricultura y la Pesca, fueran condenados a muerte, picados, o qué sé yo, rascados, hasta su desaparición.

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