Para empezar, alguien que se hiciera llamar Manolo ya resultaba raro entre la buena sociedad... Pero, claro, si se trataba de un artista, de un ... pintor moderno, lo de Manolo, Manolo Gil, se podía aceptar, siempre que se guardaran distancias. Sin embargo, cuando los socios del Ateneo Mercantil empezaron a ver los murales en los que el artista estaba trabajando en el salón noble, aquellas figuras recias, la falta de perspectiva, la geometría, el deliberado ascetismo de color... Gil empezó a pintar en 1952, el año en que el marqués del Turia cedió la presidencia del Ateneo a Vicente Iborra. Y sí, es fácil deducir que el encargo lo hizo la directiva del primero y que las quejas se las llevó el segundo, presionado incluso por la nada disimulada intención de algunos socios de que aquellos grandes murales, «tan modernos», «tan raros», dedicados a la Agricultura y la Pesca, fueran condenados a muerte, picados, o qué sé yo, rascados, hasta su desaparición.
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No es broma y en la exposición que hoy se inaugura en el IVAM seguro que hay no pocas referencias el episodio: Manolo Gil fue un escándalo, y no pequeño, en la pequeña Valencia de los cincuenta. Hasta el punto de que el periódico Jornada, dirigido por Pepe Barberá, en 1953, puso el dilema del «picado» sobre la mesa de algunas personas con paladar- -Goerlich, Lassala, Amérigo, Vicente Figuerola, Arturo Boix- que zanjaron la cuestión con razones cultas, en espera de que el tiempo lo curara todo. La encuesta no lleva firma; pero el crítico Aguilera Cerni, compañero de Gil en las inquietudes del grupo Parpalló, era allegado a la redacción por aquellos años.
Sí, se salvaron los murales de Gil, que hoy son orgullo del Ateneo. Y nuestro IVAM, llamado a espabilar cuando los políticos tengan a bien enfocar hacia horizontes nuevos, se va a beneficiar varios meses del aire fresco que Gil, y su esposa Jacinta, todavía son capaces de inyectar a la Valencia del siglo XXI. Porque, en aquellos tiempos de doña Carmen y Evita Perón, eran gente joven con mirada limpia, renovadores, rompedores forzosos de un tiempo que se había congelado al faltar Sorolla.
Leyendo ahora Jornada, pero de 1956, me rio de unos reportajes que Vicent Ventura, hizo sobre las tabernas valencianas. Casa Pedro era, sin duda, «la más elegante de Valencia». «O la taberna donde va la gente más elegante». Y fue allí donde el decorador Martínez Medina convenció al dueño de que dejara a Manolo Gil pintar en las paredes del local dedicado a vinos. Uno de los murales se salvó y lo disfrutan cada día los comensales de La Utielana.
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