Aunque no nos guste, todos, yo creo que, sin excepción, hemos quedado marcados por la fecha del 29 de octubre. Como en los papeles de calidad, es una marca de agua. Como en las fachadas, es una raya: hasta aquí llegó la riada. Y hay ... toda una generación de políticos que no conocía esa forma de vivir, con un estigma que ha cambiado su carrera.
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Los políticos, estos días de vacaciones, deberían pararse un poco y pensar si no sería más conveniente dejar de arrearse estacazos en torno a lo sucedido y sus culpas. Y empezar a tejer complicidades de cara al futuro. Un tiempo que, para los valencianos, es de todo punto evidente que reclama consensos amplios, mayorías agrandadas con al menos tres objetivos de gran calado: primero, reconstruir los daños de la inundación con unas inversiones enormes; segundo, cambiar el territorio del drama para recuperar la seguridad en una zona de riesgo de inundación; y tercero, restablecer la confianza y la credibilidad de la gente no ya en los políticos, que andan ya todos amortizados y con su marca de agua, sino en la administración pública, dañada por el mal comportamiento de todos.
De verdad, es inútil, no riñan más. Todos hemos sido sorprendidos por una inundación brutal. Todos podíamos haber hecho más de lo que hicimos. Y nadie va a salir mejor parado echándole las culpas al de enfrente. De modo que es estúpido reñir. La inundación nos ha cambiado la vida a todos y a algunos, ahora, el destino les está pidiendo que se pongan en el lugar exacto para lo que es preciso hacer. Que es, por ejemplo, un nuevo plan general de ordenación urbana de todos los pueblos afectados para encajar las muy serias medidas territoriales que solo algunos técnicos están teniendo el coraje de insinuar.
Un aspecto se hace evidente cada hora que pasa: no se puede reconstruir todo como estaba. Para organizar un futuro que garantice seguridad en esa zona de inundación hay que introducir importantísimas soluciones hidráulicas que reclamarán graves decisiones, superiores a la potestad de los ayuntamientos. Y eso requiere consenso entre los dos grandes partidos, PSOE y PP, tanto en la Carrera de San Jerónimo como en la plaza de San Lorenzo. Las decisiones a tomar -desde construir el famoso pantano de Vilamarxant a solventar el asunto de las cañas de los barrancos- requiere un consenso extraordinario, de varios años; un acuerdo nunca visto en la política española y valenciana. Necesario si queremos que todo este desastre esté conjurado antes de 2040.
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Si los dos partidos no se avienen a ello, el tiempo será más largo. O las dolorosas soluciones no se aplicarán nunca. Con el mismo resultado -el olvido-de unos políticos que el 29 de octubre quedaron marcados y sentenciados en su carrera.
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