De entre las muchas alertas que Donald Trump está levantando, selecciono una, y no al azar. Es del gobernador de Illinois, JB Pritzker: «Si creen ... que estoy exagerando y haciendo sonar la alarma demasiado pronto, consideren esto: los nazis tardaron un mes, tres semanas, dos días, ocho horas y 40 minutos en desmantelar una república constitucional». El aviso del político demócrata fue madrugador, llegó el 20 de febrero; pero esa referencia suya a la llegada de los nazis de Hitler al poder, tan fácil de entender, viene dando la vuelta al mundo desde aquel día. Hasta configurarse muy por encima del listado de aranceles que, como nuevas Tablas de la Ley, exhibía hace unos días el profeta.
Las palabras de Pritzker testimonian que Trump sí tiene una oposición y que no está callada, aunque por ahora se habla poco de ella en España. También está el senador Cory Booker, que ha batido el récord de discursos en el Capitolio, tras hablar contra las políticas de Trump, de pie y sin parar, sin ir al lavabo, nada menos que 25 horas. Para decir, como su correligionario, muchas y muy solventes verdades políticas a la «antigua usanza», discursos sobre los valores sólidos de la democracia americana y sobre los derechos de las gentes; sobre esa emigración que no debería ser motivo de fractura social en un país de emigrantes, y sobre la permanencia de los principios de la buena política, la libertad y las oportunidades, sustituidos ahora por extorsiones de padrino.
Carlos Mazón, desde este pequeño rincón del planeta, comenzó el lunes a tomar medidas contra los presumibles efectos de los nuevos aranceles. Los 27 ministros de Comercio de la Unión Europea también se han dado cita para ver cómo se orienta la estrategia exportadora de un continente que, repentinamente solo, ha sido llamado a abordar gravísimos problemas en materia de rearme, posicionamiento global y comercio exterior. El mundo entero ha sido sacudido por un visionario que ha llegado a la presidencia de un país grandioso... con una deuda no menos grandiosa, 36 billones de dólares, (1'1 billones de intereses anuales) dispuesto a conjurarla como sea antes de caer en el riesgo de un cataclismo colosal.
La negación de la democracia viene unida a una crisis financiera de gran magnitud, como en 1933. Y en ese paisaje resbaladizo, Putin esboza como nunca la sonrisa más sardónica. Leamos las palabras de Booker y el clásico discurso de Pritzker sobre el peligro instalado en la Casa Blanca. O lo que se escribe sobre unos aranceles que Trump quiere manejar como amenaza para negociar la reducción de su monstruosa deuda. Porque quiere que se la paguemos entre todos, como la mordida que reclama ese protector que fue en nuestros tiempos de descuido.
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