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Ese mundo de ayer ya no existe. La realidad es muy distinta». El martes pasado, el presidente Sánchez decidió meterle mano a uno de los ... más peliagudos asuntos de su agenda: asumir la historia y subir hasta el 2% del PIB las inversiones en Defensa de España. Como si acabara de leer a Stefan Zweig en sus reflexiones sobre la Europa de Weimar, Sánchez, entre desencantado y melancólico, apeló al «mundo de ayer» un momento de la vida occidental que a su juicio debió ser mucho mejor. Sánchez hablaba, probablemente, de la Guerra Fría, cuando los B-52 cargados con ojivas nucleares despegaban de Carolina del Norte y emprendían un viaje de ida y vuelta hasta las fronteras de la URSS, para ser reabastecidos por los aviones cisterna de la base de Morón, más o menos a la altura de Palomares. Cuando el famoso accidente, cuando el baño de Fraga, Pedro Sánchez no había nacido siquiera. Pero eso no impide que, sobre aquel tiempo y su leyenda, haya extendida una cierta nostalgia rebelde: ellos, los americanos, ponían los pilotos, los enormes aviones, el gasto en vidas y dólares y una diplomacia termonuclear de desafío ante el Kremlin; nosotros, los europeos, inventábamos mientras tanto un mundo feliz adornado de progresismo. Que luchó contra Franco, es verdad; pero que también construyó una cultura de lo antiamericano en política y de lo muy americano en modas y costumbres.
Todos los pillos tienen suerte: el Papa acababa de morir y el mundo estaba, ese martes, mirando hacia Roma. De modo que Sánchez, convencido de poder pasar desapercibido entre las loas a Francisco, se despachó al gusto. Él, que nunca hubiera imaginado tener que aprobar una cosa así, vino a decir, convencido de que el mundo de ayer ha cambiado para siempre, que «será este Gobierno quien cumpla con lo que otros incumplieron».
Con todo el morro, lo dijo al fin: «España alcanzará el gasto del 2% en Defensa en 2025«. Son 10.471 millones de euros añadidos a los costes de Defensa, una cantidad realmente notable. Pero solo Sánchez sabe cómo hacer posible el milagro de no subir impuestos, no mermar gasto social, rebañar remanentes y eludir el deber de comparecer ante el Parlamento. Luego, para mayor asombro general, hizo un despiece de los gastos que España va a asumir e indicó que las partidas mayores serán para aquello que tenía que haber hecho, pero no hizo: mejorar las condiciones de la tropa, aumentar la seguridad militar, subir las defensas nacionales ante ciberataques, suplir las carencias de material castrense y, solo una parte, realmente pequeña, a aumentar el armamento.
Después, el jueves, vino lo de la anulación del contrato de las balas con Israel, una historia de verdadera aurora boreal. Los tres grandes ausentes el sábado, en Roma, fueron Putin, Netanyahu y Sánchez. ¿Comprenden?
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