Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo

Ocurrió a la vez. Me metí en el gran atasco en el preciso momento en que la radio del coche interrumpió lo que estaba dando para informar que el PSOE y el PP habían llegado, al fin, al necesario acuerdo sobre el Consejo General del ... Poder Judicial. El tapón llenaba toda la Gran Vía de Fernando el Católico y se extendía por Ramón y Cajal. De manera que empecé a recibir los detalles de la extraordinaria noticia a la altura de Jesús y María y al llegar a la calle de Cuenca estaba ya tan feliz, tan reconfortado y orgulloso, que saludaba con sonrisas a los conductores afectados por el tomate a un lado y otro de mi volante. Nadie parecía estar muy conmovido, pero yo señalaba la radio y les invitaba a escuchar. Con la esperanza de que compartieran conmigo la alegría del momento, la felicidad de un país donde el gran pacto político se había hecho finalmente realidad.

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Unos minutos después, la masa de conductores cabreados atravesó la plaza de España y se adentró en el oscuro tobogán del túnel. Y muy pronto, mientras en la radio se valoraban las intervenciones de Esteban González y Félix Bolaños, pude comprobar que no, que el atasco no se producía porque la gente se bajaba del coche para abrazarse por el feliz acuerdo: había retenciones porque una grúa estaba cargando un vehículo averiado.

De todos modos, no me siento decepcionado por la aparente indiferencia con la que la calle ha recibido al acuerdo entre los dos partidos de la democracia. Para constatar la importancia del consenso me basta ver el enfado de Sumar, por un lado, y de Vox por el otro. Si los extremos se mosquean, me digo, algo estamos ganando; y algo bueno va a deducirse, también, para la sociedad española. Con que la máquina de las descalificaciones se calme unas pocas semanas, con que haya alguna variación en el esquema habitual de insultos, ya salimos ganando.

Parece claro que la independencia es una virtud personal e intransferible, que los jueces y magistrados tienen, o no tienen, al margen de sus íntimas convicciones políticas. Pero nada de eso --como la cortesía, la belleza o la facilidad para cantar-- se puede regular por convenio, acuerdo, decreto o ley orgánica alguna. La Justicia no va a ser perfectamente perfecta nunca. Pero no está mal que los grandes partidos hayan cerrado un retraso de cinco años que daba vergüenza. Así es que uno, en su inocencia, celebra lo ocurrido, incluso si este amor descarrila el año que viene. Y espera que este consenso pueda tener continuidad no en asuntos de gran trascendencia como la amnistía, pero sí en otros menores. ¿Qué tal si dejásemos de tirarnos los trastos por el túnel de Pérez Galdós? ¿Y qué tal si se pacta la renovación del Consell Valencià de Cultura? Venga, valientes...

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