En la tarde del jueves, un destello vino a alumbrar en medio del espectáculo televisivo de la inundación: con medios precarios, con apenas tres diapositivas improvisadas, el profesor Marco Segura, maestro de ingenieros en la Politécnica, abordó el porqué de lo ocurrido e incluso se ... atrevió a dar las razones que han demorado la aplicación de soluciones de ingeniería a esa red de barrancos que ha causado el terrible desastre. Las televisiones llevan días bordeando el peligro de retornar, con la Dana, al antiguo Caso Alcácer. Las televisiones se nutren de heroísmo y drama, de dolor, rabia y agresividad política. Pero, cuando se agoten las pilas de la culpa, cuando se haga bien evidente el fracaso colectivo de los políticos y la banalidad de todas las alertas, igual abre también espacios a los que pueden explicar lo que ha ocurrido sobre el territorio y, como consecuencia, ayudar a que vayamos pensando en las soluciones.
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Leer, leer y estudiar las pistas de la memoria. Sería buena cosa saber por qué Chiva se agrupó en torno a su barranco y si es verdad que la riada de 1776 le causó doscientos muertos. ¿Cuántas casas derribó la barrancada de 1875 y cómo se consiguió ampliar el cauce unos años después? ¿Se conservará la placa que recordaba la desgracia en el puente viejo? El profesor Marco, como el maestro Mateu Bellés, llevan años estudiando la Albufera y sus aterramientos, los barrancos y su angostura, el Turia de las chabolas y el Magro que no lo es. La Ingeniería, como la Geografía, no hace sino recobrar la memoria de lo que ha sucedido y sus razones. Palpa al enfermo, ausculta su respiración y traza un diagnóstico. Luego es la maldita política la que tiene que ordenar la cirugía, según sus presupuestos y prioridades y al hilo de esas cien regulaciones que en tiempos modernos hacen cada vez más difícil ejecutar una obra pública con la debida seriedad.
No va a ser difícil concluir que, en todos esos pueblos, donde abundaban las barracas, se vivía al compás del ciclo del agua y del arroz hasta que llegó el ferrocarril del marqués de Campo. Camino Real de Madrid, y vía férrea, en busca de Alzira y Xátiva. Y un barranco doméstico, siempre seco, que en algunas ocasiones se desmandaba.
Es hora de actuar, de limpiar y recuperarse. Pero hay que dedicar un tiempo, cuando se pueda, a releer todo lo que se ha venido escribiendo aparentemente para nada. Yo, en mi pequeño fichero, veo una fecha: 30 de marzo de 1976. El primer hipermercado de Valencia, el Continente de Alfafar, abrió sus puertas como gran novedad. El 2 de abril tengo anotado «embotellamientos enormes en la pista de Silla». Nadie quiso perderse la fiesta. El polígono comercial -70 hectáreas- recibía hasta hace poco 150.000 visitas diarias.
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