Hay días en que es preciso leer los periódicos con las pastillas a mano, para ir picando. Vamos a ver: ahora resulta que la competencia y obligación de cortar la circulación en la carretera de Madrid a la altura del barranco nefando era de la ... Generalidad, o sea de Mazón y su departamento de Interior. Y que así habrá de ser en el futuro, en aplicación de la Ley de Protección Civil y Gestión de Emergencias, a la que se ha añadido un Plan Especial contra Inundaciones que entró en vigor, cachis, el 24 de octubre, poco antes de la riada.
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¿Usted conocía la novedad? Pues yo tampoco. Pero lo que ocurre, piadoso lector, es que, si hablamos de conducir por carretera, de cortar una carretera porque hay peligro, de obligar a los conductores a desviarse, detenerse o lo que toque..., la autoridad por antonomasia, la indiscutible e indiscutida, la que conocemos y respetamos desde hace lustros, es la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, nacida en el lejano año 1959 y dependiente, salvo en el País Vasco y en Cataluña, del Gobierno de la nación.
¿Ha habido trasferencia de competencias? No, señor. La Guardia Civil, como la Policía Nacional, la Agencia Estatal de Meteorología o la Confederación Hidrográfica del Júcar ni se han transferido ni se van a transferir. Pero hay decisiones de muchísima importancia que sí están cambiando de manos cuando precisan de la información, el consejo y el apoyo constante de instituciones que siguen en manos del Estado.
A mí esos cambios competenciales me traen un poco al pairo. Entiendo que, cuando llueva mucho, vamos a tener que salir de casa con paraguas y con el Aranzadi completo, para estar al tanto de las novedades normativas y legales. En esa perversa pugna del Estado y sus autonomías por endosarse tareas molestas y endilgarse luego la culpa, nos haremos leguleyos a la fuerza, verdaderos picapleitos, especialistas en desbrozar la complicada selva autonómica española. Pero lo verdaderamente importante es que quienes propician tantas novedades competenciales tengan la bondad de advertir a la Guardia Civil, que a fin de cuentas es la que vela por la gente, siempre al pie del cañón en la carretera, aunque caigan chuzos de punta, como hace siglos.
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Al final, si reducimos estas cosas a un esquema, lo que ocurre es tan sencillo como políticamente inquietante: es la estampa del pueblo aguantando riadas, y junto a él, la Benemérita de toda la vida. Con un lamentable fondo, eso sí, de políticos que se sacuden y trasladan las competencias, las responsabilidades y las culpas, en un proceso de descrédito de las instituciones que cada vez tiene peor arreglo. Pero después no se quejen si cunde la polarización, el fango y, sobre todo, los extremismos.
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