Polémica y controversia, sí señor. Duele, avergüenza incluso en algunos momentos; pero siempre es mejor que ese ominoso silencio que sigue a los desastres en medio de una dictadura. Con todo, hay que matizar, poner subrayados. Por ejemplo, hay que decir que no es nada ... usual, incluso que es contraproducente, que un general de la UME, un militar, responda a un presidente autonómico. Lo hace en defensa de la impecable labor de sus tropas, pero no es el llamado a hacer tal cosa: para eso, para la controversia política, está su jefe político, en este caso la ministra Margarita Robles.

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Es curioso constatar cómo, desde el primer minuto, las intervenciones políticas han derivado en defensa cerrada de las respectivas actuaciones, para configurar de inmediato dos barricadas, dos trincheras desde las que los contendientes se lanzan responsabilidades y culpas. Es una servidumbre de este tiempo polarizado, de malos y buenos. Cada 'bando' señala las competencias del otro y cómo las vulneró, sin darse cuenta de que ha habido una catástrofe porque todos, en todas las épocas, todos los días, han faltado a su deber por acción o por omisión: colmatando el territorio, olvidándose de soluciones, distrayéndose en la crecida de los ríos cuando el foco de la desgracia venía por los barrancos.

También es curiosa, por original, la propuesta de Diana Morant de configurar un gobierno técnico y profesional para abordar la crisis. Lo propone para nuestra autonomía, no para las demás o para el gobierno de la nación; lo propone, desde de un ministerio científico, pensando quizá en esa Politécnica de la que procede. Pero su sugerencia -catedráticos al poder- no pasa de ser hija de esa inclinación populista, de apoliticismo inquietante, que supera la tecnocracia y aborrece de los partidos. Asombra oírselo a gente de la izquierda; porque lo que se necesita no es que nos saltemos a los partidos en busca de soluciones, sino que los partidos dejen de escupirse y se pongan al tajo.

Ha habido días en que todos parecían perder su identidad en aras de ese barro que todo lo desdibuja. El Estado no quería serlo y la autonomía se asustaba de parecerlo. Y yo creo que de lo que se trata es de dibujar mejor el perfil de una autonomía que en su día abrazamos y a la que no podemos renunciar. Hay que precisar bien las cosas: si la autonomía es la responsable de alertar al pueblo de un peligro de riada, es de cajón que ha de tener una consellería especializada y que tanto AEMET como la Confederación, servicios de raíz estatal, han de estar a las órdenes incondicionales de la Generalitat siempre. Porque en caso contrario, nacerá el deseo de configurar una meteorología y una hidrología regionales, como en su día nació el caprichito de tener una UME regional, cuando en Bétera hay una base enorme e impecable.

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