Es muy pronto, desde luego, para que el Gobierno y la Generalitat, con las aportaciones de sus nuevos ministra y vicepresidente, comiencen a desgranar proyectos necesarios para el futuro de la zona devastada. Primero se trata de reconstruir, de volver la vida, la actividad social, ... cultural y económica, al estado anterior a las inundaciones mediante una inyección presupuestaria que ha de exceder a todo lo que hemos visto hasta la fecha.

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Pero no es mala cosa que, mientras reconstruimos, vayamos viendo ya rasgos de lo que el porvenir nos tiene que proporcionar: para reconstruir sin errores nuevos. Quiero decir que a lo mejor se debería decidir que algunas manzanas de viviendas próximas a los barrancos deberían ser abandonadas. O que algún polideportivo, jardín, área comercial o campo de fútbol, está destinado a albergar un tanque de tormentas subterráneo tan grande como la catedral. Los pueblos afectados deben estar preparados para sacrificios de este tipo; incluso otras poblaciones situadas lejos de la 'zona cero'. Porque el riesgo del agua debe ser conjurado con infraestructuras que nunca deben ser ni pequeñas ni angostas.

Se habla de un nuevo Plan Sur y el Plan Sur, debe recordarse que no fue solo la desviación del Turia urbano, sino una remodelación de todo el territorio circundante. Por eso mismo, el futuro que se necesita concierne, y mucho, a Valencia ciudad. Ya debería estar redactándose la ley que le confiere esa responsabilidad de capital regional y metropolitana, esa capacidad de liderazgo y de decisión supramunicipal que nunca le han querido dar las Cortes Valencianas. Pero del mismo modo que creo que los municipios afectados deberían ceder, compartir y mancomunar parte de sus competencias y servicios, creo que Valencia capital debería pilotar y liderar el futuro reconstruido. En un porvenir más seguro, nada tendrá sentido si no se coordina la ordenación del territorio en toda la megaciudad que va desde Puzol a Cullera y desde Pedralba hasta el mar.

En ese contexto, ¿habrá que dar solución verdadera a los accesos al puerto y liberar la red actual de viales de su enorme tributo?. Renunciar a polígonos o barriadas que han crecido sin seguridad, trasladar escuelas a lugares seguros o ceder espacio para parques de bomberos será el más pequeño de los sacrificios que el futuro reclamará a algunos municipios, si queremos hacer las cosas bien. Para entender el esfuerzo pendiente, basta ver la ubicación de policías locales y guardia civil en la zona afectada; o comprobar los errores de diseño del puesto de mando de Ferrocarrils de la Generalitat.

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La pérdida de identidad de algunos ayuntamientos, su absorción o fusión, tampoco sería una medida descabellada. Porque estamos hablando de zonas tan saturadas, y de tan alto riesgo, como las más sensibles que se puedan encontrar en el Japón de los tsunamis.

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