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Hace ya muchos años trepé hasta lo más alto de su torre y entrevisté al marqués del Turia, en busca de algunos secretos de esta ciudad misteriosa. Por ejemplo: «¿Es verdad, don Tomás, que tras la inundación de 1957 sobrevoló la idea de no hacer ... fallas?» El exalcalde se removió en el sillón y recobró en un instante las fuerzas juveniles: «¿Usted cree que podíamos sostener la imagen de una Valencia triste?». No, de ninguna manera. La tristeza y el pesimismo, el abatimiento, son ideas nada compatibles con el concepto de alegres, extrovertidos y ruidosos que los valencianos hemos dado de nosotros mismos durante siglos. De modo que no: el alcalde de 1958 eludió la idea del arzobispo de cambiar las fallas de fecha; e incluso transformó la sugerencia del director de este periódico de hacer una fiesta fallera con sordina de medio luto. Lo que se hizo en marzo del 58 fue lo que se podría hacer ahora si el ambiente político no estuviera tan enrarecido: dar las gracias a España por su vibrante solidaridad.

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lasprovincias ¿Una Valencia triste?