Hace ya muchos años trepé hasta lo más alto de su torre y entrevisté al marqués del Turia, en busca de algunos secretos de esta ciudad misteriosa. Por ejemplo: «¿Es verdad, don Tomás, que tras la inundación de 1957 sobrevoló la idea de no hacer ... fallas?» El exalcalde se removió en el sillón y recobró en un instante las fuerzas juveniles: «¿Usted cree que podíamos sostener la imagen de una Valencia triste?». No, de ninguna manera. La tristeza y el pesimismo, el abatimiento, son ideas nada compatibles con el concepto de alegres, extrovertidos y ruidosos que los valencianos hemos dado de nosotros mismos durante siglos. De modo que no: el alcalde de 1958 eludió la idea del arzobispo de cambiar las fallas de fecha; e incluso transformó la sugerencia del director de este periódico de hacer una fiesta fallera con sordina de medio luto. Lo que se hizo en marzo del 58 fue lo que se podría hacer ahora si el ambiente político no estuviera tan enrarecido: dar las gracias a España por su vibrante solidaridad.
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Divago sobre estas cosas, claro, al hilo de las decisiones del momento, cuando ha habido que poner en marcha, desde el Ayuntamiento, la Navidad exterior, la fiesta visual y colectiva, la de las luces, el comercio, los belenes y el árbol, que es un complemento necesario de esa Navidad que cada cual lleva en la intimidad de los suyos, en ese recinto vedado que configuran las tradiciones de la familia. No es preciso explicar -miremos a Madrid, o a Vigo- cómo se exige a los ayuntamientos que hagan en diciembre de estímulo del oropel y de motor del comercio. Incluso la prensa está ojo avizor y contabiliza en perillas el esfuerzo navideño municipal. ¿Cómo íbamos a caer este año en la imagen de una «Valencia triste»?
«Es el momento de la reconstrucción, física y emocional, de la regeneración comercial y la solidaria», ha dicho la alcaldesa al presentar -sobriedad por delante- lo mucho que el Ayuntamiento quiere desplegar hasta la vuelta a clase después de Reyes. Una campaña donde, una vez más, se quiere estimular al más frágil: al pequeño y medio comercio tradicional, a los mercados municipales y «a los gremios y sectores productivos de la ciudad y del área metropolitana». Como es fácil ver, todo se presenta en clave de esperanza y con el necesario ámbito metropolitano. Valencia, herida también en sus pedanías, no puede desentenderse de las poblaciones afectadas, a las que vive unidas.
Además, mañana lunes, en la catedral, con la presencia de los Reyes, el necesario recuerdo de los fallecidos será el momento mejor para abrir la puerta a la esperanza.
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