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Mañana se cumple un siglo. El 31 de julio de 1924, el primer alcalde de la Dictadura, el general Avilés, y el director de este periódico, se saludaron cortésmente a los pies del monumento que se iba a inaugurar en la Gran Vía. Era el ... monumento de don Teodoro Llorente, el padre de la Renaixença, de este periódico y de su director, Llorente Falcó, el Setentón; un monumento costeado por los lectores, los admiradores y los amigos, sin intervención municipal financiera, como era costumbre.
A lo largo de agosto de 1924, el periódico sostuvo una cadena de enganchones con el señor alcalde, en un episodio agrio del que salió perdiendo (o ganando) el general, que dejó la alcaldía y pasó a la dirección de los ferrocarriles militares. Y una de las piezas de convicción del enfrentamiento fue el empréstito, el primer dinero que la Dictadura obtuvo del público, prestado para cambiarle la cara a una ciudad atrasada. Pues bien, entre los proyectos a desarrollar con aquellos primeros 23'5 millones de pesetas hay uno que nos conecta con la actualidad: la ampliación de los Viveros Municipales.
Una ampliación que entonces, en aquellos primeros compases, se quería llevar hasta las vías del 'trenet' (hoy tranvía) que discurre hacia La Carrasca y el mar. Durante años, esa idea de máximos, ese sueño, sostuvo el debate municipal y llenó los periódicos de partidarios y de detractores; que los había también, con argumentos tan sólidos como que las niñeras ya tenían bastantes parques para pegar la hebra con los soldados.
No pudo ser. Las calles de Jaca y Molinell hicieron que el sueño de un continuo verde entre la Alameda y las vías no fuera realidad. Los ayuntamientos siempre tenían excusas, inversiones más apremiantes; y los Viveros no llegaron a la calle de Jaca hasta finales de los años setenta. Por el camino -medio siglo, una guerra, el largo franquismo- la ciudad había perdido, entre otras, dos parcelas suculentas que, siendo verdes, no eran jardín público abierto a todos los vecinos, como se soñó: el Tenis y la Hípica.
Ahora, hace unos días, se ha sabido que, dentro de poco, extinguida la concesión, la Hípica dejará la zona y el Ayuntamiento recuperará el espacio. La lluvia de peticiones no se ha hecho esperar: si el Tenis dice que no cabe en sus instalaciones, los vecinos se han apresurado a pedir un polideportivo. Para el barrio, dicen. Como si ese gesto, tan de Puigdemont, fuera posible: ese chollo, la exclusividad de acceso, es de los de antes, y solo van a seguir teniéndolo las concesiones deportivas del cauce del Turia. Un siglo después, lo bonito sería que aquello fuera jardín, como se soñó. Pero si hay piscina, que sea como cualquier otra municipal, una instalación para todos los valencianos, o sea para todos.
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