Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero

De buenistas a malotes

La respuesta a la ineficaz cultura woke era cuestión de tiempo. El progresismo ya no es percibido como sinónimo de avance. Todo lo contrario: se aprecia como un lastre para defender los verdaderos intereses de gran parte de la población.

FERNANDO GINER

Domingo, 23 de febrero 2025, 00:15

El gran contrato social que había con la clase media se ha roto. Acabar los estudios con buenas notas no es garantía de encontrar trabajo. ... Trabajar no es garantía de llegar a fin de mes. Emanciparse y acceder a una vivienda es prohibitivo. El futuro económico se ve con pesimismo. Al mismo tiempo, segmentos de la población piensan que se ha cedido demasiado en temas culturales o de sus costumbres y que, como sociedad, nos estamos idiotizando. Ciudadanos empobrecidos, sectores de clase media que ven perder sus privilegios y grupos que se sienten continuamente menospreciados y ridiculizados por sus creencias en su propio país señalan un culpable: el buenismo. Lo políticamente correcto, consecuencia de un progresismo circular poco efectivo que no resuelve los verdaderos problemas.

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Frustrados y cabreados exigen autenticidad y firmeza ante esta actitud acomplejada y de conveniencia de ciertas élites. Por ello, ha aparecido una corriente que va al alza y que representa este descontento: los malotes. Trump, Milei, Orban, Marine Le Pen... Hasta Putin para los rusos. Autócratas que actúan con autenticidad y valentía amenazando a los enemigos y culpables de esta decadencia. Los malotes se presentan como los defensores de los valores principales y básicos que, para muchos, nos han permitido ser la sociedad que somos. Frente a los buenistas, malotes. Frente a los complejos, orgullo. Bienvenidos al siglo XXI.

La respuesta a la ineficaz cultura woke era cuestión de tiempo. El progresismo ya no es percibido como sinónimo de avance, de mejora, de más libertad. Todo lo contrario: este se aprecia como un auténtico lastre para defender los verdaderos intereses de gran parte de la población. Para muchos ciudadanos, el progresismo se ha enmoquetado y, desde sus salones de té adoctrina sobre asuntos como el cambio climático, la inmigración o las costumbres occidentales, indicando qué lenguaje hay que utilizar. Mientras tanto, como indicaba al principio, una parte importante de la ciudadanía se empobrece con unos salarios que no le permiten llegar a final de mes. La sociedad posmoderna tiene sus nuevos proletarios: trabajadores y profesionales que, habiendo cumplido con su obligación de estudiar, tener una titulación y, después, trabajar para pagar sus impuestos, comprueban que no llegan, uno tras otro, a final de ningún mes. Muchos no saben siquiera si podrán pagar el alquiler de su habitación. Pero, en el siglo XXI, el causante, el culpable, el enemigo no es el empresario: el empobrecimiento lo está permitiendo una élite con una mentalidad buenista que no ha sabido, ni ha querido, defender los privilegios económicos y sociales de la antigua clase media.

El buenismo habla de humanizar la inmigración; los malotes, directamente de invasión

El buenismo como una mentalidad social que, desde una bondad mal interpretada y excesiva, se expresa incapaz de afrontar los nuevos retos de las sociedades del siglo XXI. Élites políticas que no tienen ningún interés en ver lo que verdaderamente está pasando y suponen el nuevo opio para el pueblo. Unas élites altivas y seguras de una supuesta superioridad moral e intelectual, que solo pretenden crear relatos para afincarse en el poder.

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Un buenismo intelectual que tiene ganada la moral a la derecha tradicional, quien calla y otorga esperando su oportunidad para alternar el poder. Frente a esta complicidad de izquierdas y derechas clásicas, no se impone un centro moderado y liberal. Al contrario: aparecen y convence la confrontación, los malotes.

Los malotes ponen aranceles y están dispuestos a una guerra comercial para defender a los trabajadores que ha empobrecido la globalización. Dicen «basta» a la burocracia de Bruselas que no sabe, ni quiere, comprender los verdaderos problemas económicos de los agricultores.

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El buenismo habla de humanizar la inmigración; los malotes hablan directamente de invasión. Los buenistas hablan de acogimiento; los malotes, de aumento de delincuencia e inseguridad. Muchos ven cómo los inmigrantes tienen muchos hijos y los españoles prefieren tener mascotas. También, que el principal nombre ya no es Jose o Vicente, sino Mohammed, y esto, en un mensaje exagerado y populista, entra como un tiro en la retina social frente a la inacción e ineficacia de los gobernantes. La cuestión de la inmigracion no es solo económica: si añadimos la religión y las costumbres que le acompañan, estamos en auténtico choque de culturas; es decir, una guerra cultural. Solo así se entiende que una persona como Trump, casada tres veces y adúltera reconocida, sea vista por los cristianos conservadores americanos como el único presidente capaz de enfrentarse a los buenistas y frenar esta degeneración.

En España, se acaba de celebrar la cumbre de «patriotas», una auténtica demostración de fuerza europea y de complicidad con el actual gobierno de Washington. Hasta el nombre de la cumbre fue en inglés, «Patriot», demostrando su conexión con el nuevo presidente americano. Una gran presentación en sociedad que manda un aviso muy serio de ubicación al Partido Popular de Feijóo: ¿estáis con Junts, o con nosotros y Trump? Pero, un apunte; en mi opinión, una evidencia: ni una sola resistencia, crítica o nombramiento en la cumbre de Madrid a la retirada del español en la web de la Casa Blanca. Ese silencio me resulta muy poco español, muy poco de la actitud de los malotes. Silencio ante Trump de los patriotas, silencio de Feijóo, silencio en Europa. A ver si al final los únicos que defiende al idioma español es el nacionalista Sánchez y el eurodiputado González Pons, además del Rey Felipe VI.

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Voy acabando. Esta corriente del siglo XXI, los Malotes, no es exactamente el típico choque de izquierdas contra derechas que siempre hemos conocido. No se puede interpretar con los parámetros clásicos del siglo XX, nos equivocaríamos. Estamos ante lo que parte de la sociedad entiende como una guerra cultural, guerra generacional, guerra comercial contra los otros. Miedo al futuro, un futuro desconocido y oscuro. Rechazo a las élites que se han despreocupado de proteger a sus ciudadanos frente a los de fuera. Ciudadanos que ven perder sus privilegios como clase media acomodada. Jóvenes que no se pueden emancipar porque no hay acceso a la vivienda, ni en propiedad ni en alquiler. Católicos que sienten que no se respetan sus creencias y costumbres. Españoles que se sienten extraños en su propio país. Estoy convencido que el futuro verá la caída del muro de Berlín, el atentado de las Torre Gemelas, la crisis de las hipotecas y la pandemia como un todo, como un todo que sirve de apertura para un cambio de ciclo. Es la era de los malotes.

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