Con la mejor intención del mundo, la promoción de una serie de visitas guiadas que ha organizado la Concejalía de Turismo aprovecha que una de ellas gira en torno a la Malvarrosa, el barrio del perfumista Robillard, para formular una de esas preguntas indiscretas que ... provocan respuestas impertinentes: «¿A qué olía Valencia hace algo más de un siglo?» No me tire de la lengua. No me pregunte a qué olía hace un siglo y pico o me veré obligado a contestarle a qué huele en la actualidad en función de régimen de vientos. Con independencia de lo mucho o poco, por lo general, que se baldean sus calles. Porque aunque los romanos nos legaron el acueducto, el alcantarillado, el orden y demás adelantos, al igual que a los integrantes del Frente Popular de Judea, la llanura sobre la que se asienta la ciudad dificulta su tránsito intestinal de tal manera que ni las vaharadas de azahar que envía la huerta consiguen aplacar los regüeldos digestivos que salen a la superficie. Un defecto que podría haber paliado una correcta planificación municipal. Pero no la hubo. Los siglos XIX y buena parte del XX fueron nefastos para su trama urbana. Ni un solo de los muchos 'hortus conclusus' conventuales que había intramuros se convirtió en jardín. Puche recordaba la semana pasada lo mucho que costó ensanchar los Viveros. Los primeros jardincillos municipales, las famosas macetas de Pepita Ahumada, se plantaron en las postrimerías de la dictadura. Hasta entonces no había más flores naturales en el 'Cap i casal' que las que repartía Lo Rat Penat, las de la batalla propiamente dicha y las de las cruces de mayo. La fama de que «Valencia es la tierra de las flores» se la dan Padilla, Luis Mariano y el entorno, ya que la 'Flor d'enamorats', de Timoneda, es metafórica; Llorente se tuvo que ir «vora el barranc dels Algadins» para encontrar «uns tarongers de tan dolç flaire/ que per omplir d'aroma l'aire/ no té lo món millors jardins»; 'La flor del lliri blau», el poema sinfónico de Rodrigo, está inspirado en una leyenda, y en «Meditación', el poema en el que Machado describe las fragancias de la tierra, está escrito en Rocafort: «Ya es de noche en el jardín/ -el agua en sus atanores-/ y sólo huele a jazmín, / ruiseñor de los olores./ Cómo parece dormida/ la guerra, de mar a mar,/ mientras Valencia florida/ se bebe el Guadalaviar». ¿A qué demonios tenía que oler Valencia si los primeros colectores empezaron a construirse poco antes que la depuradora de Pinedo (1981), La Fe y el Hospital General estuvieron efectuando sus quemas nada arroceras hasta bien entrados los 80 y los imbornales con clapetas antiolores comenzaron a instalarse en 2016?
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