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Un insulto es un insulto

La pertinencia o no de un dicterio no puede depender del ingenio o la gracia

Miércoles, 22 de mayo 2024, 23:29

Como se dice en términos parlamentarios, vamos a tener que fijar posición ante los insultos. Determinar si estamos a favor o en contra de su empleo en los debates políticos antes de que su proliferación en el ámbito nacional e internacional nos obligue a estar ... mesándonos los cabellos de la mañana a la noche o diferenciando cuáles son admisibles y cuáles no. Personalmente opino que la pertinencia o no de un dicterio no puede depender del ingenio o la gracia, como en las fallas, ni del prestigio o la simpatía que despierte quien lo pronuncie porque siempre saldrá perdiendo común. Repudiaremos al consejero de Educación valenciano, JA Rovira, por tachar de sinvergüenza al diputado Fullana mientras celebramos y parafraseamos que Churchill diera a entender que su predecesor era un Don Nadie diciendo que «se detuvo un taxi vacío en Downing Street y de él bajó Clement Attlee». No recuerdo ahora exactamente qué inconveniencia le soltó Baldoví a Elena Bastidas para que la exalcaldesa de Alzira le tratara de machista. Pero he oído repetir tantas veces con admiración lo que Churchill de nuevo le atizó a una diputada laborista que le acusó poco menos que de lo mismo que Puente a Milei, de acudir borracho al parlamento, que me lo sé de memoria: «Cuando yo despierte mañana estaré sobrio y usted continuará siendo fea». Y dudo mucho que Baldoví rayara a la bajura de «la Víbora de Downing Street». Coincido con Pancracio Celdrán, autor del 'Gran libro de los insultos', en que siempre será preferible terminar una discusión con un desahogo que con una patada, aunque con frecuencia sea el insulto lo que provoca la patada. Pero no hasta el punto de ridiculizar, difamar y calumniar a los contrincantes, como hacía el mismísimo Schopenhauer. Un gran pensador, por lo demás, a quien sus editores terminaron de clasificar para los restos como un mal bicho reuniendo en dos volúmenes, 'El arte de insultar' y 'El arte de tener razón', todos los denuestos, aforismos, etc. contenidos en su obra. En lo dialéctico, el filósofo es como Trump. Considera admisible cualquier invectiva, sarcasmo o patraña que permita salir airoso de una disputa. Quevedo, que se vio necesitado a alquilar su pluma para comer, echa mano de toda suerte de improperios para defender injustificadamente la devaluación de la moneda llevada a cabo por Felipe IV en 'El chitón de Tarabillas'. Pero yo preferiría que la recomendación que Pedro Sánchez dio a los socialistas valencianos en el Congreso de Benicàssim -responder con templanza a los insultos- la hubiera formulado en forma de exigencia. Y que Carlos Mazón no hubiera regañado únicamente a un faltón, un asesor de Diputación, y porque llamó «gos» al portavoz de un colectivo levantisco como el de los bomberos forestales.

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