Hacer como que habéis olvidado vuestra lengua paterna, hablar ridículamente mal varios trozos de las extranjeras y hacer ascos de todo lo que pasa y ha pasado desde los principios para acá» no lo dijo Joan Fuster. Tampoco es una frase extraída del compendio de ... artículos y obras de Sanchis Guarner que acaba de publicar la Institució Alfons el Magnànim. La escribió un militar. Un comandante ilustrado que murió en el asedio a Gibraltar de 1782. Un admirador de Mayans que, con todo y con eso, abominaba de los que «como no saben su propia lengua, porque no se sirven tomar el trabajo de estudiarla, cuando se hallan ante alguna hermosura en algún original francés, italiano o 'inglés', amontonan galicismos, italianismos y anglicismos». Con lo que lo único que consiguen, añadía, es hacerla de menos, contaminarla de extranjerismos innecesarios y disuadir a la juventud del «indispensable estudio de la lengua natal». Me estoy refiriendo a José Cadalso, un crítico de la España del XVIII que ya entonces intuyó que la amenaza para cualquier idioma, romance o no, no estaba en el catalán sino en el papanatismo de sus hablantes. Y en cuyas 'Cartas marruecas' me he vuelto a sumergir en esta vuelta de la burra idiomática al trigo porque recordaba vagamente que sostenía afirmaciones de lo más actuales. Verbigracia, que «ningún español por bien que hable su idioma este mes puede decir: el mes que viene entenderé la lengua que me hablen mis vecinos, mis amigos, mis parientes y mis criados». No quieran pensar, pues, lo que opinaría de cómo farfullan los españoles del s. XXI. Empezando por la RTVE, que dista mucho de ser el metro de platino iridiado para los castellanohablantes, como lo es la BBC para los británicos, y terminando por la última covachuela. La preocupación del Ayuntamiento de Valencia por las normas ortográficas, por ejemplo, termina donde ha terminado siempre. No en vano acaba de celebrar el World Paella Day y ha abierto el plazo para la presentación de candidaturas a los VLC Startup Awards en las modalidades de: Health, Industry, Mobility, Energy, Gaming, Entertainment, Tourism y otros anglicismos absolutamente prescindibles. Dos disparates consecutivos alumbrados por un nacionalismo transido de filología -el catalanista-, pero bendecidos por el otro -el que en ocasiones parece ser el custodio del sepulcro del Cid- como la cosa más normal del mundo. Puede que porque lo es. Está tan asumido que a los recién nacidos, a las empresas y a los negocios se los bautice o se las registre ahora en inglés que lo llamativo es que ninguna de las asociaciones que han mostrado estos días su indignación por la exclusión del valenciano y/o su utilización en las Cortes Generales haya protestado jamás contra esta otra intromisión.
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