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Espadas

Perros, sí; pobres, no

Nuestras ciudades se han llenado de mascotas

Miércoles, 17 de abril 2024, 23:22

El hecho de que el primer hospital de «folls, innocents i orats» se fundara en Valencia; que la imagen de la Virgen que Alfonso V ordenó tallar para que protegiera a esos desamparados goce de tanta devoción y que el Consell de la Ciutat nombrara, ... ya en el siglo XVI, «abogado de los pobres» a Cerdán de Tallada ha creado más de un equívoco. La valenciana dista mucho de ser la sociedad sensible a la pobreza y al desvalimiento que se desprende de estos hitos. No por casualidad fue también una socióloga valenciana, Adela Cortina, quien puso nombre al rechazo social que provoca la indigencia: aporofobia. Y es que seis siglos después estamos en las mismas. El lienzo de Sorolla que muestra a fray Joan Gelabert Jofre defendiendo a un desvalido de la crueldad infantil no ha perdido actualidad. No sólo Vox encharcaría los ojos de los puentes para expulsar a los carpantas del tebeo. Nuestras ciudades se han llenado de mascotas. Hay más hogares con chuchos (1.013.139) que niños menores de 18 años (891.097). La frase «cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro», tanto si la pronunció Diógenes el Cínico como si la escribió Byron ha calado en la conciencia del vecindario. No existe la menor constancia de que la cinomanía -el desmedido amor por los perros- y el otro trastorno sicológico relacionado con la petofilia, la ailuromanía -la preocupación exagerada por los gatos- guarde relación alguna con la aporofobia. Pero hay razones para atarse los machos. MªJ Catalá concurrió a los comicios de 2019 prometiendo asistencia veterinaria a los perrillos de los indigentes (sic). Ribó y Gloria Tello no construyeron una sola residencia pero proyectaron una perrera de lujo con vistas a la huerta. La policía investiga quién estuvo a punto de quemar a un mendigo mientras dormía el viernes en su improvisada covacha. Y por si esto fuera poco dos días después, un excompañero publicó algo peor. Contó que «no sería capaz de escribir una columna sin maravillarme con un brillo de humanidad. La persona con la que comparto los días», otra excompañera del arriba firmante, «se ha empeñado en salvar a un perro vagabundo (...) Ha cogido nuestro perro más grande (y menos sociable) y se ha introducido en ese otro mundo entre cañas y vertederos. Al final, lo ha localizado. El 'propietario' del perro es un sintecho polaco (...) Ha ido ganando su confianza y esta semana subió al coche a los dos vagabundos (el tipo y el perro) para ir juntos al veterinario (...) Devuelve después a los dos a la chabola. 'Yo tengo cinco perros', dice. 'Yo tengo cinco ratas', contesta él». No le falta razón. A quién no se le abren las carnes ante semejante deriva.

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