En contra de lo que aseguró JM Badenas, Blasco Ibáñez no sería ahora de Vox por dos razones universalmente conocidas. La primera es que Blasco siempre fue blasquista, no como Groucho Marx, que bromeaba con que nunca pertenecería a un club que admitiera a alguien ... como él; y la segunda, que se bastaba y se sobraba para todo. Y cuando necesitó un partido lo fundó, como montó una editorial y un periódico cuando precisó publicar sus obras y disponer de una tribuna para difundir sus opiniones. Mucho ojo, pues, con lo que le atribuimos o le regateamos, que Blasco no es un mindundi, como dice Savater de alguno de sus compañeros de armas, sino una fuerza de la naturaleza, un titán de las letras y de la política que consiguió cuanto se propuso. Incluido el perdón de sus «pecados», como lo demuestra esta misma apropiación de su memoria. Una interesada arrogación que, como no hay mal que por bien no venga, sirve cuando menos para demostrar que hasta Vox acepta ya a la otrora 'bete noire' de un cierto sector de la sociedad valenciana. ¿En qué momento se convirtió este masón, republicano y furibundo anticlerical en «uno de los nuestros»? Es lo que no he encontrado yo en parte alguna. Aunque es obvio que algo debió pesar su obra, único aspecto que debería ser tomado en consideración a la hora de valorar a un artista, no es descartable que influyera también en esta percepción el hecho de que su nieto V. Blasco-Ibáñez Tortosa fuera concejal y diputado de UV. Ni que la intelectualidad nacionalista le reprochara el no haber escrito en valenciano. Pero yo es que todavía me acuerdo de por qué siendo niño mi hermano mayor leía 'La araña negra' a escondidas. De por qué el autor de 'La barraca' no tenía calle en Valencia, Josep Lluís Albiñana pidió en el mitin central de las primeras elecciones democráticas (1977) que la plaza del Caudillo llevara su nombre y el ayuntamiento que presidía Ramón Izquierdo optó por dedicarle la avenida de Valencia al Mar. Y de cómo el pequeño monumento que el consistorio, entonces del PSPV, erigió frente a los Jardines del Real en 1980 sufrió inmediatamente varias agresiones, una de ellas con un explosivo que dañó el busto, obra de Leonardo Borrás. Dicen que el tiempo todo lo cura. Y debe ser verdad porque cuarenta años después la máxima autoridad que acudió a depositar una corona de flores en la tumba de Blasco con ocasión del 96º aniversario de su fallecimiento fue el mencionado Badenas. Mazón ya parafrasea a Fuster. Y cabe pensar que sólo es una cuestión de tiempo que la Generalidad reivindique a Vicent Andrés Estellés, de cuyo nacimiento se van a cumplir cien años.
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