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Cómo no va a haber turismofobia si los primeros en agobiar a los vecinos con sus baladronadas y sus decisiones son los alcaldes. «Unos dos millones» de personas aventuró Luis Barcala que se desplazarían a Alicante para ver las hogueras. Idéntica cantidad a la que ... manejó el Invest in VLC al cifrar el número de viajeros llegados a Valencia durante las pasadas fallas. En este caso con más delito porque se trata de un organismo semimunicipal, el Ayuntamiento encargó en 2016 tres estudios a la UV sobre el impacto socioeconómico de la fiesta y uno de ellos precisa que el cómputo de forasteros de 2023 se plantó en los 804.332. De los cuales 448.000 eran regionales, 220.000 nacionales y sólo 120.000 internacionales. Unas magnitudes menos atosigantes y malthusianas para los agorafóbicos porque lo que los datos oficiales no aclaran es que medio millón de los que también deambulan por la ciudad en esas fechas son residentes. Amén de que si el Gobierno, la Generalidad y el Ayuntamiento no bonificaran el transporte público las aglomeraciones que se están produciendo estos últimos años resultarían menos asfixiantes. La polémica, de todos modos, no sólo continuará sino que irá a más. En principio, porque siempre hay quien las importa en habiendo ocasión o sin ella. Y después porque hay una serie de referencias que no se pueden soslayar. El número de pasajeros de Manises se ha multiplicado por cinco en 20 años, han proliferado las viviendas de uso turístico (VUT), el precio del alquiler se ha disparado (en todas partes) y hasta una liberal como MªJ Catalá está reaccionando en algunos aspectos como Ada Colau. Igual carga contra la iniciativa privada -las nuevas fondas- que contra la libre circulación de personas y mercancías -el atraque de cruceros-. No porque esté cediendo precipitadamente a la presión ambiental, que también, sino porque el turismo es una fuente inagotable de contradicciones: quien lo tiene lo sufre y quien no, lo desea, como lo deseaba Valencia cuando era una ciudad de paso y cuando invertía en eventos para atraer turistas. Quizá por eso el intervencionismo de Catalá carece de la coherencia del de Colau, pues mientras ésta implantó la tasa turística y extendió sus reparos a la construcción de hoteles y a la ampliación del aeropuerto del Prat, la titular del Ayuntamiento de Valencia ha agilizado la tramitación de licencias de obras hoteleras, aboga por la ampliación del aeródromo de Manises, se niega a imponer el menor arancel a los guiris y sus terminales de captación económica continúan cantando como Los Stop: «El turista 1.999.999»... ¿Cuánto tardará en contratar eventos para captar, ay, turistas, como Collboni, el exsocio y sucesor de Colau, o como Joan Ribó? Lo que tarden en ponérsele a tiro.
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