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Esto va de libertades. De preservarlas y alimentarlas. Pero protegerlas conlleva también obligaciones. Y aunque el hecho de votar no sea un imperativo legal, sí ... que lo es moral. Porque, gracias al ejercicio constitucional de ir a la urna, preservamos la esencia de la democracia. La mejor salvaguarda de nuestros derechos. Y, de su mano, de nuestra libertad. Acudir al colegio electoral es, por tanto, el mejor homenaje que podemos realizar a nuestra independencia personal. Porque de esta manera ejercemos la libertad de elegir quién va a gestionar el sistema educativo de nuestros hijos; quién va aliviar la presión sanitaria, que ya es acuciante y promete complicarse mucho en el futuro con una sociedad cada vez más compleja demográficamente; quién va a velar por nuestro medio ambiente y sus dolencias -de la sequía a la contaminación-, o quién va a dirigir las riendas del desarrollo económico de nuestra región y ciudad.
Votar es un deber que, aunque a veces nos lo tomemos con excesiva ligereza, tiene una transcendencia absoluta. Porque con nuestra elección vamos a contribuir a diseñar el nuevo mapa político del que emergerá quién gobierna y quién ejerce la oposición en nuestras instituciones. En Les Corts, en las diputaciones y en cada ayuntamiento. Y, por tanto, se decidirá en quién delegamos la gestión del modelo de la ciudad que queremos para el futuro, el impulso a las infraestructuras pendientes (algunas de ellas eternas), la reivindicación y negociación de un plan de financiación justo con esta tierra, la creación de empleo estable, la atención digna de nuestros dependientes, la defensa de nuestras señas de identidad y de nuestras tradiciones... Decidimos en manos de quién ponemos la limpieza de nuestras calles y jardines, el desarrollo de grandes eventos (o no), la reordenación de la movilidad de un municipio que debe adaptarse a los nuevos tiempos, la política social y cultural de Valencia... Elegimos quiénes serán los protagonistas de nuestra vida política para los próximos cuatro años.
Esos protagonistas que, por otra parte, tendrán la responsabilidad de cumplir con lo prometido a la ciudadanía; en especial, durante estos últimos meses de anuncios desbocados e hiperbólicos. Deberán estar a la altura de la decisión que aflore de las urnas. Y hacerlo, partiendo de premisas elementales para una sociedad desarrollada. Una, trabajar de forma denostada por sus ciudadanos. Dos, hacerlo desde la más absoluta humildad y sin arrogancia: tratando a sus vecinos como ellos quieren que les tratemos. Tres, potenciando ese bien tan preciado de la generosidad: porque el poder no se da para abusar de él, sino para utilizarlo sólo como una herramienta decisiva para desempeñar la misión encomendada y pensando en el interés general. Cuatro, desempeñando sus objetivos siempre con los mejores, sin caer en el amiguísmo y el clientelismo (tan asentado y aceptado como algo natural). Cinco, marcándose como máxima de la legislatura el buen gobierno: basándose en el diálogo y la colaboración, incluso entre contrarios; y hacerlo, además, no sólo de boquilla y como eslogan propagandístico. Y seis, como nexo de unión de todo lo demás, asumir que en una sociedad tan polarizada es fundamental hacer los esfuerzos necesarios para trabajar pensando con todos y no sólo con quienes les han votado. Gobernar sin sectarismo y sin ánimo de revancha contra nadie. Ser justos con la totalidad de su ciudadanía, teniendo siempre la mano tendida hacia las minorías, apostando por proteger a los más desfavorecidos y cuidando ese otro bien preciado que tenemos que es la diversidad. Porque, si la especie humana tiene una particularidad es que, siendo todos diferentes, acabamos siendo iguales. Porque todos somos sencillamente personas. En toda la dimensión del término. Personas.
Quienes salgan elegidos en las urnas, lo van a hacer sobre el inestable alambre de un puñado de votos que les acabará dando la victoria. Un hecho, no menor, que les obliga a no menospreciar las políticas de sus rivales -porque buena parte de la sociedad también las ha avalado-. Y que, además, les insta a intentar entenderse con todos. Partiendo de la base de que Valencia y la Comunitat se asienta sobre las raíces históricas de una tierra que es solidaria y abierta; un territorio en el que, eso que denominamos 'germanor', no puede ser una etiqueta sin más, sino parte de nuestro ADN. Una tierra educada, alejada de la crispación partidista de otros tiempos, que condena conductas racistas y xenófobas, que apuesta por la igualdad y la diversificación, que se acepta y se quiere plural y universal. Una tierra en la que la foto imposible, la de los contrarios unidos y compartiendo tiempo y mesa, debería ser posible. Sin necesidad de 'photoshop'.
El siempre ácido Ambrose Bierce define, en su 'Diccionario del Diablo', la palabra libertad como «una de las posesiones más preciosas de la imaginación». Ha costado tanto conseguir que salga de ese estrato, del imaginario, y convertirla en una realidad palpable (aunque frágil), que no podemos titubear con ello. Tenemos cuatro años para seguir construyendo, tendiendo puentes, entre nosotros. Cuatro años, se presume, para tender puentes hacia ella. Hacia la libertad.
Es domingo, 28 de mayo. Apertura: 9 horas. Cierre: 20 horas. Nadie puede tener nada mejor que hacer hoy que dedicar unos minutos para ir a votar a quien considere y seguir siendo un eslabón más de esa cadena que da forma y sentido al gobierno del pueblo. Seguir siendo una pieza fundamental de esa ciudadanía que es sobre la que se cimienta nuestra democracia.
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