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El grito y las estrellas

El grito y las estrellas

Robert de Niro señalaba hace poco que Nueva York había perdido parte de su magia con la impronta de Trump y su Torre como símbolo de la plutocracia. Esa que hoy gobierna el mundo.

FRANCESC COLOMER

Sábado, 5 de abril 2025, 23:51

Hace unos años participé en uno de los encuentros económicos organizados por la Cámara de Comercio de Valencia. Trataba de no perderme ninguna de las ... citas y acudía con esa inquietud del que ansía escuchar, aprender y saber más. Recuerdo particularmente aquel día en el que el invitado era el embajador de los Estados Unidos de América. Coincidió con el primer mandato de Donald Trump. Su nuncio en España, contribuyente nato de sus campañas electorales -curiosa meritocracia- mostró las credenciales de un estilo que, en el fondo y en la forma, respondían a la percepción que tenía y sigue teniendo la actual administración respecto al resto del mundo. Aunque de manera comedida, si lo comparamos con la deriva posterior en este segundo mandato republicano, todos pudimos evidenciar las intenciones del modelo Trump en el mundo. Recuerdo que dudé en solicitar la palabra pero lo hice. Sin pena ni gloria. Una pregunta que no pude ni quise reprimir. Con el escorzo retórico que pude, cuidando las formas y sorteando cualquier estridencia, hablé intencionadamente de la amistad. Sí, la amistad que debía presidir las relaciones internacionales entre países aliados. Amistad entre socioeconomías abiertas y en un contexto en el que cada vez más sectores de nuestra Comunidad Valenciana abrían mercado en los EEUU como una gran oportunidad. Desde empresas de marcado contenido tecnológico hasta nuestro querido sector vitivinícola. Evocar la amistad tenía el propósito de abrigar la justificación de la franqueza, la sinceridad y la necesidad de hablar claro. Es lo que hacen los verdaderos amigos. Es una condición imprescindible para llamarnos y sentirnos aliados. De tal forma que mostré la absoluta disconformidad con su proteccionismo rampante que ya asomaba en aquel primer mandato. Un diseño de modelo económico que no se compadecía con la globalización limpia y transparente en el que, claro que sí, competir los unos con los otros. Competir y cooperar. El talento, el valor añadido, el trato justo, el derecho internacional, el capital humano cualificado y un largo inventario de ventajas competitivas con las que cada país y cada empresa pudiesen lidiar y prosperar por méritos propios. Esta era la base teórica de una globalización abierta y de una idea del comercio internacional que, entre otras cosas, puede sacar de la miseria a miles de millones de seres humanos.

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