Hace unos años participé en uno de los encuentros económicos organizados por la Cámara de Comercio de Valencia. Trataba de no perderme ninguna de las ... citas y acudía con esa inquietud del que ansía escuchar, aprender y saber más. Recuerdo particularmente aquel día en el que el invitado era el embajador de los Estados Unidos de América. Coincidió con el primer mandato de Donald Trump. Su nuncio en España, contribuyente nato de sus campañas electorales -curiosa meritocracia- mostró las credenciales de un estilo que, en el fondo y en la forma, respondían a la percepción que tenía y sigue teniendo la actual administración respecto al resto del mundo. Aunque de manera comedida, si lo comparamos con la deriva posterior en este segundo mandato republicano, todos pudimos evidenciar las intenciones del modelo Trump en el mundo. Recuerdo que dudé en solicitar la palabra pero lo hice. Sin pena ni gloria. Una pregunta que no pude ni quise reprimir. Con el escorzo retórico que pude, cuidando las formas y sorteando cualquier estridencia, hablé intencionadamente de la amistad. Sí, la amistad que debía presidir las relaciones internacionales entre países aliados. Amistad entre socioeconomías abiertas y en un contexto en el que cada vez más sectores de nuestra Comunidad Valenciana abrían mercado en los EEUU como una gran oportunidad. Desde empresas de marcado contenido tecnológico hasta nuestro querido sector vitivinícola. Evocar la amistad tenía el propósito de abrigar la justificación de la franqueza, la sinceridad y la necesidad de hablar claro. Es lo que hacen los verdaderos amigos. Es una condición imprescindible para llamarnos y sentirnos aliados. De tal forma que mostré la absoluta disconformidad con su proteccionismo rampante que ya asomaba en aquel primer mandato. Un diseño de modelo económico que no se compadecía con la globalización limpia y transparente en el que, claro que sí, competir los unos con los otros. Competir y cooperar. El talento, el valor añadido, el trato justo, el derecho internacional, el capital humano cualificado y un largo inventario de ventajas competitivas con las que cada país y cada empresa pudiesen lidiar y prosperar por méritos propios. Esta era la base teórica de una globalización abierta y de una idea del comercio internacional que, entre otras cosas, puede sacar de la miseria a miles de millones de seres humanos.
Una gobernanza económica con instrumentos de intervención vinculados a la solidaridad porque la desigualdad es la peor adversidad y el gran disolvente de toda estabilidad en el mundo.
Pero no, la primera potencia del mundo ya empezaba a dar una patada a la mesa. Y ahora, en el segundo asalto -el del Capitolio por aquella turba de exaltados fue premonitorio- la mesa está siendo arrojada directamente a la cabeza del resto del mundo. Le dije a aquel diplomático-vaquero (confieso que las películas que nos inocularon en nuestra infancia nos forjan arquetipos para bien o para mal) que los amigos están obligados a decirse la verdad. Y la verdad era y es que lo que hacen nada tiene que ver con un mundo libre y liberal. Liberal de liberalismo económico y político. Y esto no son palabras vacías. Esto no es un cuadro abstracto del Moma neoyorquino. Esto es un desastre. En todo caso sería una de las cuatro versiones que se exponen allí de la obra de Edvard Much, 'El Grito'. Ese lienzo que evoca la desesperación en estado puro y salvaje. El ser humano perdido en su propia existencia. Todo es una trágica metáfora. Una profecía que se cumple como en la peor pesadilla. Por eso ahora el resto gritamos y ellos acabarán gritando porque sus decisiones son las ocurrencias ágrafas que le dicta su ensoñación imperial. No olvidemos que llegó a proclamar que Dios le ha encomendado una misión. Pero volvamos al arte y al Moma. Al final, un alemán que dicen que pereció de locura afirmaba que «teníamos arte y solo arte para no morir a fuerza de verdad». No muy lejos de la obra del noruego Much se expone la 'Noche estrellada' de Van Gogh. Las estrellas, en el firmamento, se muestran temblando. Se puede temblar de frío, de miedo o, como en Turandot, las estrellas pueden temblar de amor. Tiempo al tiempo. Hoy una ola de pánico y oscuridad recorre y sacude el mundo. Agitados de sobresalto en sobresalto. Guerras que matan y guerras comerciales que ahogan, pero las estrellas pueden regresar. Tal vez, la somnolienta Europa recupere su verticalidad y comience a virar en todas las coordenadas de un mundo que conoció muy bien en el pasado. Lo conoció, lo dominó, lo estrujó y lo abandonó. Tal vez, por ejemplo, comencemos a ver a China y su moderna Ruta de la Seda de otra manera. Sí, China. Donde tienen pena de muerte y no suscribieron obediencia a la Corte Penal Internacional. Igual que los EEUU, Cuba, Israel, la India o Rusia. Cierto que los derechos humanos importan pero las relaciones comerciales nunca repararon demasiado en deontología alguna. El lado correcto de la historia del que hablaba Obama ya no se sabe muy bien dónde se ancla.
El lado correcto de la historia del que hablaba Obama ya no se sabe muy bien dónde se ancla
Robert de Niro señalaba hace poco que Nueva York había perdido parte de su magia con la impronta de Trump y su Torre como símbolo de la plutocracia. Esa que hoy gobierna el mundo. Ese no era el Nueva York del que sentirse orgulloso. Cierto que es la ciudad de las torres, los rascacielos, Wall street y el imperio del Dollar. Pero es mucho más. Y Trump es mucho menos. Trump pasará y dejará un mundo peor del que se encontró (que ya estaba muy tocado y herido).
Las célebres medidas arancelarias saben a un neofeudalismo cuyas consecuencias no son inocuas para nosotros. En los últimos años, la Comunidad Valenciana ha redirigido con determinación y esperanza muchas de sus estrategias de internacionalización hacia los EEUU. Un mercado que, hasta en lo turístico, asomaba como prioritario y fundamental. Pensemos en nuestro azulejo, el calzado, el vino que tantos peldaños de calidad ha escalado en nuestras comarcas. Pensemos en tantos efectos colaterales y en el daño que causa el miedo a la siguiente envestida del hombre del rotulador (Trump). Pero mientras pensamos, colguemos en la percha toda melancolía y miremos el mundo en toda su amplitud. La luz de las estrellas y la luz de Sorolla que cuelga en la Hispanic Society of America no iluminará al matonismo rampante que ya amenaza con una tercera legislatura, pero brillarán. Sin dinamitar puente alguno con aquel gran país, busquemos el futuro en ese espacio global que ya tiene nuevos centros de gravedad y nuevas oportunidades. Los valencianos sabremos hacerlo. Como siempre.
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