REGRESO AL FUTURO
La llamada reconstrucción tiene que refundar la manera de relacionarnos con la naturaleza, con el entorno, con la realidad, con nuestros actos y con nosotros mismos.
FRANCESC COLOMER
Domingo, 12 de enero 2025, 00:04
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FRANCESC COLOMER
Domingo, 12 de enero 2025, 00:04
De no ser porque evoca el nombre de una película, convertida en saga y tal vez en un clásico de la ciencia ficción, el título ... de este artículo presentaría credenciales de contradicción. No se puede -minuto y resultado de la ciencia- volver atrás y hallar el mañana. Pero el propósito de estos párrafos versa sobre la necesidad de repensar la relación del pasado con el futuro y viceversa. Resolver una suerte de ecuación en la que el presente -efímero por definición- juega un papel determinante para no alterar ciertas líneas del tiempo. Y tiempo es precisamente lo que no tenemos. Uno de los bienes más escasos para esta generación. Se trata de entender que, tras lo vivido y sufrido en la tragedia de la dana, las cosas no pueden ser nunca más como lo eran. Llevamos dos meses y medio hablando de reconstrucción y de un retorno a la normalidad. Escuchamos el objetivo de regresar al momento previo del fatídico 29 de octubre de 2024. Las administraciones han lanzado por tierra, mar y aire anuncios y publicaciones de ayudas, subvenciones y planes de reconstrucción. Con los ritmos, cumplimientos y frustraciones previsibles, todos suponemos que se materializarán las inversiones para compensar y restablecer toda la devastación. El reloj de los palacios siempre discurre más despacio que el compás de la vida real. La sensación del transcurso del tiempo no es unívoca. Esperar y desesperar son experiencias elásticas. Depende del grado de angustia, rabia y dolor con el que se observa el minutero. Demos por sentada la buena voluntad de todos los actuantes y responsables implicados en la citada reconstrucción. Otra cosa serán las destrezas, capacidades, habilidades y pericias que se vayan acreditando. Y, más allá de todo, la inevitable hora de la depuración de responsabilidades. Ese es otro reloj. Tiempo al tiempo.
Volviendo al presente toca tomar muchas decisiones. Diseñar una reconstrucción de la foto fija en la víspera del cataclismo pudiera constituir uno de los mayores errores que corremos el riesgo de cometer. La primera gran certeza que debemos asumir es que las desgracias volverán a ocurrir. Lo dice la ciencia y sugiero que todavía debemos sentirnos concernidos por las indicaciones del conocimiento cualificado. Somos deudores de la Ilustración y de la fe en la razón. O, si no lo somos, que alguien lo proclame y rinda tributo a hechiceros, astrólogos y nigromantes. Pero si guardamos cierta coherencia y concedemos credibilidad a nuestro sistema universitario y a la comunidad científica, debemos asumir la responsabilidad histórica de no regalar más tiempo -ese que no nos queda- a un pasado obsoleto y caduco. La realidad del 29 de octubre no debe regresar. Debemos reconstruir, sí, el futuro. Necesitamos otras coordenadas de acción. Otro viaje. Otra versión del futuro. El 29 de octubre obedece a una realidad que estaba incubando el drama. Debemos asumir que vivimos en la zona cero del cambio climático en el Mediterráneo. Los fenómenos extremos protagonizarán episodios recurrentes de sobresaltos y desgracias. No solo lluvias torrenciales y riadas, sino incendios, olas de calor y otros fenómenos tan desconcertantes como perseverantes. Nada puede ser como antes. La estrategia de la denominada reconstrucción debe venir dictada por esta espada de Damocles que nos hemos puesto encima como humanidad. Todo cuanto se haga debe ser inspirado por la lucha contra el cambio climático y los principios de la resiliencia. Un concepto prestado del campo semántico de la metalurgia que mide precisamente la capacidad del metal para retornar a su estado tras ser doblegado. No es una idea que pueda balancearse alegremente de un contexto a otro pero todos entendimos -tras la pandemia- que significaba algo parecido a aprender a adaptarnos y salir reforzados. Prácticamente, el Santo Grial de la naturaleza humana. Pero el concepto hizo fortuna en todos los ámbitos e incluso inspiró el nombre de los grandes planes continentales de recuperación tras la crisis del Covid 19.
Aquí y ahora, esta palabra se transfigura en contienda contra la emergencia climática. Por cierto, España y nuestra Comunidad decretaron que estamos precisamente ahí, en plena emergencia climática. Esto no puede ser una gestualidad cosmética, sino un imperativo condicionante.
La llamada reconstrucción tiene que refundar la manera de relacionarnos con la naturaleza, con el entorno, con la realidad, con nuestros actos y con nosotros mismos.
No se compadece una reconstrucción que deje las cosas como estaban, más o menos niqueladas, por usar esta palabra. Este presente que se escurre en nuestras manos a paso de carga debe aprovecharse para repensar las normativas ligadas a la ordenación del territorio, el urbanismo, las agendas urbanas, la movilidad, el modelo industrial y económico, las obras públicas pendientes y su propia filosofía técnica, la innovación y la tecnología, la planificación estratégica, un New Green Deal, etc. Y debemos hacerlo sin regalarle más tiempo a la nada y a la inercia. La inercia también es una derivada del movimiento pero no tiene carácter ni personalidad. Hoy tener estos atributos significa cambiar la mirada y el enfoque de muchas cosas. Y debemos hacerlo de la mano de los mejores expertos y profesionales. Y sí, a vueltas con una democracia ilustrada (que no despotismo ilustrado). La política ha demostrado sus debilidades. Sobre todo cuando no es ni reflexiva ni deliberativa. Cuando se pierde en frivolidades y cortoplacismos, estamos muertos. O sentenciados. Entre ambas realidades solo media una cuestión de tiempo. De nuevo, el tiempo. De la llamada antipolítica mejor ni mentarla. No estamos para inocular más odio abrazando a impostores tan vacíos como insolventes. Podemos hacerlo desde la determinación de unos valores que han impulsado lo mejor de la historia. El matiz es que ahora las reglas del juego han cambiado pero esa misma actitud que Husserl señalaba al describir la crisis de Europa nos vale. Es nuestro salvoconducto para el futuro: la actitud crítica y autocrítica. El pensador alemán decía que Europa era precisamente eso, una actitud por encima de todo. La capacidad de repensar, aprender, reaprender y desaprender los errores. Esa es la actitud que nos toca privilegiar ahora. Ortega hablaba del signo de los tiempos. El nuestro lo llevamos tatuado a fuego en la frente por los excesos cometidos y la exhibición de prepotencia sostenida durante décadas desafiando las leyes de la naturaleza. Quizá equivocáramos la idea de progreso ilimitado que prometía el pensamiento ilustrado. No calculamos el final. El final no era suplir a dios sino mejorar la condición humana. Mortales y con fecha de caducidad. Mientras tanto, usar la ciencia y la imaginación a nuestro favor tal vez no sería una mala idea.
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