Planos y planes
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Me lo dice un arquitecto de solvencia: no es que hay discrepancias entre los políticos que tienen a su cargo las alertas y la hidrología; es que, hasta lo elemental, la cartografía, discrepa. «Te pones a trabajar, y los mapas del Estado y los de ... la Generalidad ¡no coinciden!», me asegura. Para añadir luego, en voz más baja: «Por lo general, solemos usar los del Estado. Yo al menos los veo más fiables». En casos de desastres como este, es bueno consultar con profesionales, sean ingenieros, militares o incluso curas. Mi contacto, un arquitecto, intenta explicarme la maravilla del Patricova y las herramientas informáticas disponibles: «Divides el territorio en cuadrículas, a la escala que más te guste, y le vas echando lluvia a cada cuadrito: 40, 80, 120 litros por m2. El sistema te dice lo que ocurre, dónde va a parar el agua… Ves la inundación al instante».
No hay excusas, pues. Se sabía de antemano la respuesta de todos los elementos de este juego. Sabíamos que el circuito de Cheste, y esa campa donde los concesionarios tienen estacionados dos o tres mil coches, es suelo abrazado por el barranco del Poyo, al norte, y el de Sechara, al sur. Como sabíamos que el polígono de Ribarroja -El Corte Inglés, Mercadona, almacén de la Generalitat, etc.- limita al norte con el barranco del Pozalet y al sur con la rambla del Poyo y la autovía a Madrid. Se estudió y se decidió. Nuestra historia es, con reiteración de siglos, un juego de ruleta rusa con ríos y barrancos; una osadía que se hace tierna en la Albufera, el parque natural alimentado por un asesino.
Un ingeniero anticipado, Berriochoa Elgaresta, presentó en Renfe, en 1948, un proyecto de desviación de todas las vías férreas que llevaba aparejada la desviación por el sur del cauce del Turia. Las risas se desbordaron en el Madrid de posguerra: «¿Don Eustaquio, y por qué no cambia usted de sitio la ciudad?», le dijeron. Cuando llegó la riada de 1957, Valencia tenía al alcance del Turia dos cárceles, el matadero, la Casa de Caridad y el Patronato; más Jesuitas, Botánico, escuelas y asilos, gobierno civil, museo de Bellas Artes, ferrocarriles de vía estrecha, Audiencia, Capitanía, Viveros, meteorológico, comandancia del Aire, cuarteles de la Alameda y la estación de Aragón. Una prueba incontestable de amor a un rio empeñado en castigar a su ciudad sumisa.
Planos, Patricovas, planes y soluciones. Las viejas ideas se transformaron en la Solución Sur, que ahora ha venido a salvar la ciudad. Hace apenas dos años, la Confederación Hidrográfica del Júcar, protagonista privilegiada de estas historias, aceptó estudiar con afecto esa 'ideota' de Joan Ribó consistente en hacer un parque moderno en la desembocadura del Turia. «¿Y quién avisó a Valencia de que venía una gran riada?», dijo el otro día la alcaldesa.
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