Volvemos a suplicar a la autoridad local que no autorice dentro de la ciudad, donde puede ocasionar sustos y desgracias, el disparo de tracas y ... petardos, cualquiera que sea el motivo por el que se pida». Esta nota, tomada de un ejemplar del periódico de noviembre de 1871, demuestra un talante muy serio de nuestra redacción, muy firme, contra lo que podríamos llamar pólvora espontánea y bullanguera. Se escribió a raíz de un incidente pequeño: un tipo que, por su cuenta, disparó una traca al hilo de una fiesta en la parroquia del Salvador. Pero, como hubo varias quejas, la redacción comprobó que ni el clero parroquial ni los clavarios de la fiesta habían patrocinado la traca, y cargó la mano contra el Ayuntamiento, que sí había autorizado el disparo de un particular.En tiempos antiguos alarmaba mucho más la pirotecnia espontánea que ahora porque abundaban los momentos de inquietud social y revueltas en la calle. Pero eso no basta para entender lo que era una cuestión de principios: LAS PROVINCIAS, que siempre estuvo al lado de la alegría callejera y de las fiestas, sobre todo de las Fallas, censuró siempre con dureza el petardeo inesperado, el gamberrismo pirotécnico, la traca sin ton ni son y el ruido provocado en portales o arbellones solo para fastidiar. Y lo hizo por pura educación, por respeto a los vecinos, en defensa de ese decoro de la convivencia en paz que la ciudad se debe.Fiestas, sí. Mala educación, nunca. Ese podría ser un lema fundacional, que se ve reiterado en múltiples casos a lo largo de nuestra hemeroteca. Y que se mantuvo al menos durante el primer siglo de vida del periódico hasta que, en los años 60, más o menos, hubo una especie de rendición general -de los periódicos y de la ciudad toda, encabezada por el Ayuntamiento- ante el rumbo que la fiesta tomó como espectáculo masivo irrefrenable.Días atrás, el Ayuntamiento dio a conocer el Bando Fallero para 2025, que es ni más ni menos que el reconocimiento de un lamentable fracaso colectivo. Es una especie de 'vamos a soportarnos' que mueve a reflexión. ¿Se imaginan la cara que pondrían los padres fundadores del periódico, los Llorente y los Domenech, si vieran ese bando que implora una hora de paz en el disparo de petardos en beneficio del relajado paseo de los perros? Nadie comprendería las disposiciones de un bando festero de estos tiempos… Pero no en 1871…; tampoco los valencianos de 1921, o del más reciente 1971, aceptarían la penosa imagen de una ciudad invadida por carpas falleras o churrerías sin fin, que no se atreve a enfrentarse a los festeros que las patrocinan. O, todavía peor, la triste imagen de un ayuntamiento sin autoridad que busca soluciones y medidas para que los puestos de masas fritas no impidan la visión de los monumentos… Un Ayuntamiento -casi da mareo escribirlo- que pide clemencia pirotécnica en beneficio del descanso perruno… olvidándose del descanso de los vecinos contribuyentes.
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