A mediados de los ochenta, millones de agricultores estadounidenses sufrieron una grave crisis, de las peores desde la Gran Depresión. Desesperado porque no conseguía pagar ... su hipoteca, el granjero Lenar Hill se pegó un tiro. La pistola humeó poco antes de que se iniciase oficialmente el desahucio. El episodio recuerda la obra teatral clásica 'Death of a Salesman' de Miller: alguien se suicida para intentar saldar sus deudas con su seguro de vida, en esa paradoja tan macabra de que un hombre valga más muerto que vivo.
El impacto de la noticia creció como bola de nieve; poco después, se coló en millones de hogares estadounidenses. Cultivadores de Alabama, Georgia, Illinois, Ohio... simpatizaron con los Hill. Sus granjas podrían ser las siguientes en deslizarse por arenas movedizas de cosechas mal pagadas y préstamos abusivos. Desde su ostentosa torre neoyorquina, Donald Trump se entera de una campaña de 'crowfunding' a favor de la viuda, Annabell Hill, una viejecita que sale en la televisión pidiendo ayuda. Trump barrunta el filón mediático-emocional… Expresa su intención de arrimar el hombro y baraja la posibilidad de entregar dinero de su propio bolsillo a la familia Hill. Para rematar la jugada, el millonario organizó un evento multitudinario en su Trump Tower la víspera del día de Navidad de 1986. Ni la fecha ni el lugar son fortuitos. Ante una maraña de flashes y micrófonos, la viejecita y el millonario quemaron la hipoteca de la granja.
El mensaje a trasmitir: un Trump convertido en moderno Robin Hood que mete en cintura a banqueros codiciosos para así ayudar a sus conciudadanos necesitados. Trump se mueve como pez en el agua en ese terreno de las emociones. Maneja con destreza los medios de comunicación. Repite mensajes cortos que tratan de seducir al espectador; o cabrearle tocando su fibra más sensible.
En septiembre de 1987, Trump es entrevistado en un programa de máxima audiencia del legendario periodista Larry King. Ante millones de telespectadores, Trump se vanagloria de ser empresario eficientísimo. Ofrece soluciones para casi todo: desde política exterior a cómo atajar el déficit comercial, pasando por el control de la delincuencia. Critica con dureza a la casta de funcionarios y políticos de la capital, de izquierda y de derecha, también a la Casa Blanca, comandada por Ronald Reagan.
«Me molesta muchísimo (responde Trump a King) que le demos dinero a los países más ricos del mundo y, sin embargo, a nuestra propia gente (las personas sin hogar, los enfermos, los pobres, los agricultores, que realmente están sufriendo un infierno en estos momentos), a ésos no les estamos ayudando.»
Hipérboles de la realidad trufadas con recetas mágicas. En sus intervenciones escasean las cifras precisas, pero abundan las exageraciones. Pasiones atávicas, reflejos básicos. Ese tono 'anti-intelectual' es el que le permite conectar mejor con las clases populares. Para millones de estadounidenses fervorosos, Trump fue poco a poco convirtiéndose en una suerte de Moisés que podía arreglar sus problemas. Esa percepción se forjó a fuego lento, desde los años ochenta; por eso su suelo electoral es tan firme.
Tras el fallido intento del asalto al Capitolio de enero de 2021, Trump emprendió la huida. Él nunca se rinde. La posterior cascada de demandas judiciales agrietó temporalmente la comunión entre el líder cuasi mesiánico y su pueblo. Pero el intento de asesinato del 13 de julio de 2024, y su rostro ensangrentado dispuesto a luchar, luchar, luchar disiparon las dudas. Justo un mes después, Elon Musk masajeaba el ego del presidente en una retrasmisión twitera que pulverizó cualquier registro previo de visibilidad mediática. Se calcula que en torno al 20% de los más de 8.000 millones de ciudadanos que habitan el planeta siguió la charla entre Trump y Musk.
Cuando se han cumplido 100 días de su segundo mandato, Trump.2 navega a velocidad de crucero. Ha firmado ya más de 120 órdenes ejecutivas. Es imposible desmenuzarlas todas en esta tribuna. Tal velocidad corresponde al intento de avanzar lo más posible su agenda, antes del previsible parón de las elecciones de medio mandato, a celebrar en noviembre de 2026.
Trump ha prescindido de varios trámites parlamentarios para ganar tiempo; ha ignorado órdenes de tribunales que cuestionaban la constitucionalidad de sus decisiones; los chicos de Musk, que lidera el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, en inglés), han despedido a miles de funcionarios; Trump ha congelado fondos gubernamentales de varias universidades de prestigio en un intento por controlar sus procesos de admisión e incluso las temáticas que se deben priorizar; ha cercenado la pluralidad informativa, reduciendo el número de periodistas con acceso a la Casa Blanca; ha amenazado con demandas millonarias a aquellos bufetes de abogados que acepten casos legales en su contra. Todo lo anterior ha desatado una espiral colectiva de miedo y frustración; es difícil prever cómo se podría detener, o siquiera ralentizar.
Con el 'shock' informativo del Asalto al Capitolio pasó prácticamente desapercibido un hecho crucial: siete generales y el almirante que conforman el Estado Mayor firmaron una carta en la que mostraban su oposición a cualquier intento de subvertir el orden constitucional. Podrían haber contemporizado, mirado para otro lado. Pero no lo hicieron. Mandaban un mensaje claro: no era posible ignorar el resultado electoral. En las últimas semanas, Trump ha realizado declaraciones celebrando que la moral del ejército estadounidense está por las nubes; también ha anunciado el «presupuesto más grande que jamás hayamos aprobado para las Fuerzas Armadas». Visto lo visto, ¿será el ejército el último Rubicón para evitar la consolidación del trumpismo más allá de 2028?
Francisco Rodríguez Jiménez
Fue investigador posdoctoral en Harvard (2012-13) y Fullbrighter en la Universidad George Washington (2010-12)
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