Urgente La jueza de la dana pide a Emergencias el listado completo de llamadas al 112 el 29-O

La otra mañana realicé más de cien llamadas al teléfono gratuito del Consorcio de Compensación de Seguros. Me consta que mi hermano también inició una ... ofensiva por su cuenta y que mi madre se partió la cara con las nuevas tecnologías para tratar de conectar por otro de los flancos. Queríamos saber qué había de lo nuestro, que no es otra cosa que venga un perito a la casa familiar que evalúe y decida la cantidad que nos corresponde para hacer frente a la cacareada reconstrucción, un término de fuerza, valor e impulso lastrado por la puñetera burocracia. La respuesta, ese día y todos los demás, fue la misma y enlatada: «Nuestros agentes están ocupados. Por favor, inténtelo más tarde». Una contestación a la que llegamos irremediablemente tras pulsar varios botones en un laberinto de propuestas y advertidos de que nuestra conversación sería grabada, como si nos importara algo porque esa conversación casi nunca se produjo. Durante la redacción de este artículo, y tras muchos días a un teléfono móvil pegado, hemos recibido señales de vida desde el otro lado, y al menos hemos dado el primer paso, que lo hemos recibido como ese agua de mayo necesaria para que la casa de mis abuelos, la de los veranos interminables vuelva a ser, al menos, lo que era en el centro de un municipio que ahora mismo es lo más parecido a una zona cero de guerra. Han pasado 45 días desde que el agua paró el tiempo, desde que el paisaje al abrir la persiana es el mismo, desde que una vez se relaja la adrenalina de los primeros días la desesperación invade hasta el último rincón del alma. El otro día me lo comentaba una vecina: espero que la mamá esté bien, pero dile que no venga por aquí, es todo muy triste, ya sabes, la calle está destruida, las casas... no sabemos si tienen que derribar alguna. Los días después de las catástrofes son siempre peores, porque el agua corre y pasa pero el paisaje de la destrucción se queda. Algunos ya se han levantado para andar de nuevo, para volver a vivir, a habitar aquellos lugares de los que salieron con lo puesto para salvar el pellejo. El duelo se pasa mejor si se empieza a remontar, cuando en la cabeza hay un clic que hace que las penas importen pero menos porque en el esfuerzo está en la solución. Pero para que eso pase lo importante es que desde fuera haya una colaboración que invite a pensar que es posible la reconstrucción. Las ayudas deben llegar en tiempo, forma y cantidad, de la misma manera que las aseguradoras deberían empatizar, más allá del desvío al Consorcio, con que hay familias que llevan más de mes y medio fuera de su hogar, sin la certeza de saber si algún día volverán. La demora multiplica el cabreo, la desafección y la indignación, especialmente cuando el pago de los impuestos se ejecuta el día que toca. La sensibilidad no admite retrasos y las promesas de reconstrucción en ningún caso puede admitir pasos en falso.

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